Los políticos y los periodistas deberían ser mucho más prudentes antes de juzgar y condenar prácticas de racismo y señalar culpables con el dedo. Lanzarse a acertar con el veredicto no debería ser la esencia del trabajo periodístico ni del discurso político. Puede ocurrir que el acusado sea inocente y, sin embargo, arrastre para siempre la etiqueta de racista; y la arrastrará porque políticos y periodistas no ponen luego el mismo ardor y la misma contundencia para asumir sus graves errores. Me refiero al caso del jugador del Cádiz Juan Cala, acusado por el valencianista Mouctar Diakhaby de haberle llamado “negro de mierda” en un lance del juego. Cuando escribo estas líneas, las primeras conclusiones de la investigación apuntan a que Cala no insultó a su rival.

Más grave que ese incidente es exponer a una persona al linchamiento social sin más pruebas que una acusación. Políticos como Pablo Iglesias, Pablo Echenique e Irene Montero ya deberían saber, por propia experiencia, que una persona acusada no es culpable. Pero a veces las ganas de quedar bien y las ansias por denunciar el racismo o el machismo a toda costa llevan a algunos a meter la pata. Puestos a denunciar, es más grave lo que le ha ocurrido a Misa Rodríguez, portera del Real Madrid y de la selección nacional. Misa publicó en su cuenta de Twitter una foto suya y otra de Marcos Asensio, compañero de club, con las que pretendía expresar que el equipo femenino siente la misma pasión que el masculino. La despreciable catarata de insultos y ofensas machistas que recibió la obligaron a borrar las imágenes. Detrás de esos mensajes repugnantes hay mucho trabajo de reeducación en el que prensa y política sí deberían colaborar.