"Lo malo de cabalgar un tigre es, que cuando desciendes te come". Sospecho que esta fue la sensación del nuevo secretario general del PSOE elegido en el reciente 39° Congreso Federal cuando pensó en integrar al 51% de la militancia que apoyó las posiciones programáticas de Madina y Perez Tapias; frenar la cabalgada de los barones, seguro le hubiese reportado más de una dentellada en su fulgurante carrera al estrellato socialista. ¿Pero siempre fue así? ¿Siempre los barones territoriales han determinado la composición de la dirección socialista? No, la socialdemocracia a diferencia de otras corrientes políticas de la izquierda clásica ha sumado y convivido libremente con formas de pensar que van desde el liberalismo político, al republicanismo de izquierdas, el socialismo ortodoxo, el ecologismo, el feminismo, el sindicalismo obrero..., porque aceptando la libertad de mercado y el derecho a la propiedad sus señas de identidad las han marcado la forma de redistribuir más y mejor los beneficios económicos.

En la historia del PSOE la existencia de diferentes tendencias ha sido parte de "su alma". Paulistas, prietistas y largocaballeristas convivieron, no sin grandes trifulcas, hasta el exilio; en la historia más reciente, felipistas y guerristas, renovadores y social-liberales, marxistas y redondistas... La convivencia de todos ha enriquecido los debates y posibilitado la fidelidad de muchos votantes que sin identificarse con el oficialismo de turno se han sentido cómodos con los disidentes .

Cuando vivimos momentos tan complejos, donde las políticas de austeridad han terminado provocando una grave crisis social, la ausencia de un cuerpo doctrinal y programático socialista fiable, transmitido por alguien creíble, capaz de sintetizar las diversas posiciones ideológicas del interior del partido, sigue siendo la asignatura pendiente para evitar que el último en llegar al escenario político se cuele en la tercera posición de intención de voto sin haberse constituido tan siquiera como partido.

Las reseñas periodísticas de los nuevos dirigentes inciden sobre todo en su procedencia territorial, (haciendo sacar pecho a los barones que les han promocionado) pero sobre qué piensan, opinan o defienden de la organización interna del partido, de cómo recuperar la confianza de los votantes o hacer frente a los problemas más acuciantes de la sociedad, nada sabemos. El descrédito de la política hace más exigentes y desconfiados a los ciudadanos, de ahí su incredulidad con la anunciada apertura a la sociedad de una organización reacia a compartir espacios con otros movimientos sociales o brindar participación a jóvenes o discrepantes.

El PP ha roto las reglas que regulaban el difícil equilibrio entre capitalismo y derechos sociales y lo ha hecho al más viejo estilo de la lucha de clases, como decía el multimillonario norteamericano Warrem Buffet. "Hay lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la de los ricos, quien la ha declarado y por ahora vamos ganando". Entre tanto la socialdemocracia ha abandonado en gran parte la política de clase por la política identitaria; ya no considera a la clase trabajadora el vehículo de cambio, sin embargo la lucha por la liberación de las mujeres, los homosexuales y las minorías étnicas han pasado a tener excepcional importancia en sus programas, presentándolos para satisfacer su flanco radical al tiempo que sacaba adelante políticas de corte neoliberal.

La tercera vía del laborismo de Tony Blair, consideraba que abandonar la función del partido como voz política de la clase trabajadora no tenía riesgos electorales pues "no tienen otro lugar donde echar su voto" no calcularon que ante la deriva laborista muchos optaron por "la opción sofá" de quedarse en casa y otros por partidos nacionalistas en los graneros de votos de Escocia y Gales. ¿Alguien ha pensado que nuestro retroceso electoral esté relacionado también con ello?

Pensar en una alternativa al PP sin recuperar previamente al votante socialista es una quimera, pero pretender gobernar en coaliciones contradictorias por conveniencias personales o necesidades internas de "tocar poder" es una temeridad.