Ni Cataluña en 2021 es la del 2017, ni el resultado electoral es mimético al de la última convocatoria, aunque se mantengan inamovibles los dos bloques. ERC supera por primera vez al mundo postconvergente. Se han necesitado no solo años sino el paso por prisión de su principal dirigente frente a la huida a Waterloo del expresidente Puigdemont para superarlo en un solo escaño y menos de 40.000 votos.

ERC tiene ahora prisa por formar gobierno, no ve el momento de dejar de ser subsidiario de Junts per Catalunya pero la investidura está llena de obstáculos, conjugar el perfil ideológico de izquierdas con el territorial no es tarea fácil. Los vetos cruzados por el posible apoyo de la CUP y de En Comú Podem tienen que encontrar salida. A Laura Borrás defensora de la bajada de impuestos le molestan las reformas tributarias propuestas por los morados pero no le ve ninguna pega a pactar con el republicanismo anticapitalista. Y un gobierno de ERC sin el apoyo de ningún partido de izquierda quedaría ciertamente deslucido frente a su primera inicial.

Ahí está también el partido ganador de las elecciones, el PSC, que no es simplemente el traslado de los votos de Ciudadanos de hace cuatro años. Los que esta vez han quedado primeros y segundos tienen un concepto de la política más pragmático, más flexible que Ciudadanos y Junts per Catalunya, están un escalón más cercanos y con un acuerdo de gobernabilidad en la política estatal. De ahí a una reedición del tripartito va un universo pero la política de colaboración empieza a abrirse paso en Cataluña.

En la parte alta de la tabla, los votantes catalanes han mostrado claramente sus deseos de una salida dialogada y la constatación de la imposibilidad de la vía unilateral. Pero los halcones han ocupado los siguientes puestos, Vox arranca votos del discurso duro de Ciudadanos y del Partido Popular, mientras la CUP se alimenta de los desencantados de Junts que siguen queriendo un política beligerante y el plasma belga les resulta cada vez más lejano. El resto de partidos solo serán compaña en el nuevo Parlamento catalán, y su paso a la irrelevancia tiene consecuencias no solo autonómicas sino estatales. Si las interdependencias administrativas no han parado de ganar cada vez más protagonismo, ahora más que nunca el destino de Cataluña y España es el mismo, aunque siga habiendo observadores que no lo quieran ver.