Las noticias sobre Juan Carlos I han borrado la frontera entre actualidad viva y necrológica muerta, valga la redundancia. Al emérito se le ha hecho un obituario en toda regla. Es sabido que los diarios guardan en sus archivos cientos o miles de artículos, debidamente enlatados, para cuando muere un personaje famoso. Llegado el momento, abren la lata, retocan los textos para ponerlos al día y los publican. Ahora, la prensa digital los cuelga de su página a los cinco minutos de haberse producido el óbito. Quiero decir que el día que fallezca la Reina de Inglaterra, las redacciones de The Times o The Guardian no tendrán que hacer un esfuerzo especial. Puede fallecer en agosto, con la mitad de la plantilla de vacaciones, puesto que su biografía y sus elogios fúnebres ya están escritos. Dado que nuestra prensa ha utilizado estos días todo ese material congelado sobre Juan Carlos, me pregunto qué haremos cuando el luctuoso hecho suceda de verdad. Nos hemos adelantado, en fin, a relatar su vida, a enumerar sus gestas, a contar sus devaneos, a analizar su lugar en la historia… De lo único de lo que no se ha informado es del sitio, el día y la hora de su acabamiento. Hay cierta prisa, cierta ansiedad por enterrarle, quizá por ser los primeros en todo. Estos días ha habido acusaciones también de saltarse a la torera, por culpa de estas prisas, la presunción de inocencia. Es cierto, pero lo curioso es que los primeros en saltársela han sido los propios implicados. Lo hizo Felipe VI al despojar a su padre de la asignación económica que venía percibiendo y lo ha hecho el propio Juan Carlos al marcharse de España con nocturnidad y alevosía. Tanto el padre como el hijo han dictado con sus actos un veredicto de culpabilidad. En caso de ser inocente habrían defendido esa inocencia en vez de castigarse por ella. No acusemos, pues, de injustos a los contribuyentes por darles la razón. Significa que todo, en este asunto, está resultando al fin de una cutrez y de una turbiedad que no nos merecemos. Hay, además, por parte de los monárquicos furibundos o exagerados, juegos retóricos que claman al cielo. No está bien que digan que lo defraudado por el personaje no es nada es comparación con lo que le debemos. Se le ha pagado su sueldo cada mes y se le han dado unas cantidades de afecto que evidentemente no se merecía. ¿Qué más quieren?