La renuncia, o dimisión, de Manuel Pizarro al frente de Ibercaja ha sido la noticia del fin de semana. Al ya expresidente de la primera caja de ahorros de nuestra comunidad le quedaban, en todo caso, un par de años de estancia en el cargo, y ha preferido optar, en parte, probablemente, por sugerencia o imposición de terceros, por mantener la presidencia de Endesa para pilotar desde allí nuevas operaciones de altos vuelos financieros. Tras el resultado del 14-M, con un gobierno socialista al frente del país, Pizarro, hombre del PP, quedaba un tanto descolocado en el mapa de Solbes; por otra parte, otros grupos, como La Caixa, podrían haber influido para limitar su poder, y acelerar su relevo.

Cuando amaine la tormenta de elogios, o se venzan los puentes de plata, tiempo habrá para enjuiciar su obra. Que no ha sido, pienso, ni extraordinaria ni perezosa, sino política y financieramente correcta. ¿Pudo haber hecho más? Probablemente. ¿Debió poner todos los huevos en la misma cesta? Probablemente. ¿Acierta al apoyar, como su sucesor, a Amado Franco? De manera rotunda, pues Franco posee la experiencia, la aptitud y la calidad para ser un presidente ejemplar.

Tiempo habrá también, cambiando de tema, para analizar el viaje de los Príncipes de Asturias por la España interior, esos ochocientos kilómetros a través de la España interior, con destino al País Vasco.

Por lo que a Zaragoza respecta, al margen de haber sido beneficiada por la elección de la primera luna de miel, me ha llamado la atención el hecho de que sus Altezas Reales Felipe y Letizia limitasen su breve estancia en la capital aragonesa a una visita a la Virgen del Pilar.

Una vez en la plaza de las Catedrales podían, ya que estaban allí, haber entrado en La Seo, a fin de admirar sus obras de restauración. O haber visitado, también de paso, el que para muchos es el edificio civil más hermoso de la ciudad, La Lonja. O haber improvisado un paseo por el casco antiguo, hasta el Teatro Romano. Pero nada de eso hicieron los príncipes, limitándose a entrar y salir del templo mariano, en cuyo interior debió asimismo faltarles tiempo para contemplar el retablo de Forment o la cúpula de Goya.

Contrasta esta selectiva actitud de don Felipe y doña Letizia con el programa seguido en otras localidades y ciudades, donde sí dedicaron parte de su ocio a visitas y recorridos de marcado contenido cultural.

En Sos del Rey Católico, por ejemplo, admiraron el palacio de Sada, donde vino al mundo Fernando el Católico, y la iglesia de San Esteban. En San Sebastián, además de saborear las viandas de Arzak, pasearon por La Concha y se desplazaron hasta el Museo de Chillida-Leku, donde la familia del genial escultor les obsequió con serigrafías y libros monográficos sobre su obra.

Antes, en Cuenca o en Albarracín, los príncipes habían incluido en su ruta distintos enclaves culturales, o ejemplos de la arquitectura popular. Pero, en Zaragoza, ya digo, sólo la Virgen monopolizó su guión. ¿Por qué?

Tiempo habrá, ya digo, para concluir sobre unas cosas y otras.

*Escritor y periodista