Mientras en MasterChef (La 1) nadie tiene problemas de alimentos para confeccionar sus platos, en Supervivientes (Tele 5) se les adivina el hambre en las arrugas. Regresó a su segunda edición el programa de aspirantes a cocineros, y lo hace con mayor expectación que el año pasado. ¿Por qué? Me resulta un misterio. En general me resulta un misterio casi todo lo que sucede en televisión, pero a veces me animo a lanzar algún pronóstico; creo no equivocarme si vaticino que Hable con ellas (Tele 5), que debutó cosechando una buena audiencia, no aguantará hasta el verano...

Pero estamos con los cocineros. Su atractivo responde a la oleada de interés que provoca algo que hacemos todos los días; al fin y al cabo, ni que quieras ni que no, todos hemos de alimentarnos. MasterChef, en el fondo, no tiene mucho que ver con la cocina, sino con las emociones. Con el sufrimiento. Con la empatía.

En realidad no vamos a tomar nota de las recetas que allí se presentan, pero vamos a padecer con las ilusiones de los 15 que aspiran a labrarse un futuro entre fogones. El éxito de estos modelos es que están muy bien producidos y guionizados. Y mejor todavía posproducidos. Repito: dame sentimientos y te devolveré éxito. Conocer de cerca las aspiraciones nobles de gente que quiere cambiar su vida, tiene mucho que ver con el espíritu del Atlético de Madrid, tan de moda ahora: voluntad y decisión, unido a una fe insobornable. Más viejo que la pana y más eterno que el amor.