Las personas nos conocemos poco pero nos reconocemos mucho. Hasta hoy. Esta pandemia va a provocar el mayor cambio de nuestro comportamiento social. Y no es el confinamiento ni el distanciamiento. La revolucionaria transformación está mucho más cerca de nosotros y la llevamos siempre a cuestas. Es la identidad visible para los demás. Nuestra cara. Nosotros nunca nos vemos. En el mejor de los casos nos reflejamos. Tampoco nos escuchamos, aunque oigamos nuestras palabras. Ni sentimos nuestro propio tacto, ya que no es comparable con el que nos transmite una piel ajena.

El rostro es el encargado de dotarnos de personalidad reconocible e identificable para los otros. El reconocimiento de caras es un proceso muy complejo y difícil de resumir científicamente. Cada persona tiene su propia fisonomía que, además, cambia con la edad. Cuando reconocemos a los demás nos fijamos en unos rasgos físicos específicos. Resaltamos los que tienen éxito, despistamos con otros y ocultamos los peor valorados. Algo que hacemos habitualmente con nuestra imagen. También les digo que los psicólogos nos encontramos a veces con personalidades hechas un «fistro» y salen de nuestra consulta como nuevos. El maquillaje mental también funciona. No siempre necesitamos cirugía psíquica o fármacos como psicoterapia. A lo que iba, para reconocernos construimos un modelo de cada rostro con el que interactuamos. Luego, nuestro cerebro identifica estos moldes, específicamente, con cada persona determinada. Esta capacidad la tenemos a partir de los 6 años.

Hay personas que tienen dificultades para reconocer las caras de los demás porque sufren un trastorno denominado prosopagnosia. No consiguen formar una idea conjunta del rostro, pero sí que pueden identificar a los demás sumando rasgos físicos particulares, como ojos, nariz, boca etc. En su caso, este plan b les da una solución de urgencia para saber quién es quién. Pero nuestro cerebro, que es tan potente como vago, se ha acostumbrado al camino fácil y prefiere una foto borrosa de toda la cara de nuestro interlocutor, antes que ir construyendo el puzle del rostro, sumando partes del mismo hasta reconocerlo. Todo esto que llevamos aprendiendo desde que nacimos, está a punto de derrumbarse con la generalización del uso de mascarillas. Vamos a tener que reelaborar toda la estrategia cognitiva para reconocernos.

La distorsión que vamos a sufrir para identificar un rostro con mascarilla, nos va a producir más agobio mental que físico por llevarlas, por mucho calor que haga. Si los despistados saludamos a alguien con el que nos cruzamos, aunque no sepamos quién es, no me quiero imaginar lo que va a ocurrir a partir de ahora. Y no todo el mundo va a tener las cejas del doctor Simón, al que podríamos agradecer su trabajo desde la acera de enfrente, por mucho que la mascarilla le llegue a los ojos.

Antes uno iba al banco y, si entraba alguien con máscara, sabía perfectamente quien era el atracador. Bueno, pues ahora… tampoco. Se imaginan ese aislamiento social, en torno a una copa, con una conversación que comienza con un prometedor y original: «Tu máscara me suena». En fin, la que se nos viene encima. Pobre cerebro.

El rostro es el encargado de dotarnos de personalidad reconocible e identificable para los otros

Comprendo que en las zonas pijas de Madrid estén los Borjamaris subiéndose por los áticos. No hay nada más comunista que nos obliguen a vestir a todos la misma prenda. Aunque sea una mascarilla. Las marcas de lujo pueden paliar esta norcoreanada con prendas exclusivas. Pero el problema de estas tribus urbanas, tan rojigualdas como sus «protocesores», es que su peor virus es la igualdad…con los pobres. Bastante han sufrido, que han estado unos meses haciendo la compra, sin poder ver a los mendigos en la puerta. La protesta de las derechas está comandada por Ayuso (Angustias Y Ultraderecha Sociedad). La política más liebre de la escena. Ha mejorado el modelo de liderazgo señuelo que fusiona la apariencia estúpida de Esperanza Aguirre, la incultura de Ana Botella y los despistes de Rajoy con la maldad de Aznar. Incluso ha superado el rendimiento de Cifuentes, ya que en vez de llevarse una crema de hotel ha preferido quedarse con el alojamiento completo. Hacemos chistes de ella, mientras la FAES prepara la política que vendrá con ella. Lo cierto es que el PP, que destrozó la sanidad pública, ni asume responsabilidades ni dimite cargo alguno allí donde gobierna, tras la desastrosa gestión en residencias y hospitales. Eso queda para Aragón. La necesaria y razonable marcha de Pilar Ventura debería marcar el camino de muchos en otras comunidades, por errores más graves que los cometidos aquí.

En Zaragoza, Jorge Azcón sigue de fotomarathon man. Tras posar junto a los dispensadores de hidrogel, va a dejar en los buzones de nuestros mayores dos mascarillas. Espero que resista la tentación de incluir una carta con su foto, para que le reconozcan en las próximas elecciones. Y es que a nuestro alcalde, con esa cara que tiene, la máscara que más le gusta ponerse es la de Jim Carrey.

Hoy terminan las sesiones diarias de aplausos, con uno muy especial para sanitarios y personal esencial que nos sigue cuidando con mimo y sacrificio. Como hubiera dicho John Lennon, a las 20.00 horas. aplaudimos los del gallinero. Los que salen retrasados a las 21.00 horas con las cacerolas, que agiten sus joyas.

*Psicólogo