Como en un flashback cinematográfico, durante las últimas semanas se ha ido recreando el ambiente enrarecido que siguió a la investidura fallida de Rajoy de 2016: nervios en las altas esferas, presiones de todo tipo y un horror vacui sobre el que se abre paso la idea de que cualquier gobierno es mejor que ningún gobierno. (Incluso la fórmula acuñada por Thoureau -«el mejor gobierno es aquel que gobierna menos»- tiene como condición previa que haya alguien al frente del BOE.) Y si entonces fue el PSOE quien fue invitado por activa, por pasiva y por perifrástica a abstenerse en la investidura (conviene volver a ver la entrevista de Sánchez con Évole), hoy es Ciudadanos quien está en el foco de todas las miradas. En vista de su desembarazo actual, el presidente del Gobierno sacó unas provechosas lecciones de su travesía por el desierto y deja ahora que el precio de aquel «no es no» que le costó el acta de diputado sobrevuele sobre la cabeza de Albert Rivera, que todavía no sabe cómo se paga el empecinamiento en España.

Un primer balance de daños revela, empero, desperfectos importantes. La ruptura de la candidatura impulsada por Cs en Barcelona, con la salida de abrupta de Valls, resulta más dolorosa en tanto que ahonda en una herida interna: la deriva ideológica del partido. En paralelo a su salto desde Cataluña al resto del país, Rivera ha guiado a la formación de la socialdemocracia a un liberalismo de ecos reformistas, en un claro intento de abandonar la posición de partido bisagra para ocupar el espacio que dejaba libre un PP en caída libre por sus casos de corrupción. Por si esto fuera poco, la postura de Valls se asienta en valores muy loables como el europeísmo y la lucha contra el populismo, mientras que Rivera se aferra al mero cumplimiento de unas promesas electorales indisociables de su estrategia de sorpasso en la derecha. Aunque suene mal, tal y como se han encargado de recordarle algunos miembros fundadores, en un sistema representativo las promesas de campaña están para romperse; eso sí, en nombre del interés general. No en vano, esa es la principal diferencia entre la democracia liberal y la democracia directa.

Por otra parte, la abstención gratis et amore de Valls ha mostrado también sus puntos débiles. Al no pedir contraprestación alguna por su apoyo, el ex primer ministro galo dejó al albur de Ada Colau la defensa del espacio constitucionalista en Barcelona. Y, como era de esperar, la líder de los comunes no ha tardado en devolverle el favor, recolocando el lazo amarillo sobre la fachada de Sant Jaume. En cambio, la ventaja de las buenas ideas es que siempre vuelven. En su día, otro socialista, el afrancesado Borrell, abogó por negociar con el PP la abstención en la investidura. Entonces nadie le hizo mucho caso, pero los pocos que refrendan hoy el no de Rivera se esfuerzan en denunciar que lo que pretende Sánchez es, en realidad, un apoyo incondicional bajo la amenaza de pactar con los independentistas. Y no les falta razón. En un giro copernicano, el presidente ha invertido el sentido de la negociación, reclamando a los demás una alternativa imposible a su coronación. A toro pasado, este desplante se erige como el corolario de la negativa de Rajoy a la designación Rey… Y es que, una vez abierta puerta a las termitas, el deterioro es sólo cuestión de tiempo.

Avanzada como está la partida de este bochornoso Risk, la mayoría de las piezas del tablero de poder municipal y regional han ido cayendo ya. Los pactos en Madrid han dado carta de naturaleza al problemático menage a trois de PP, CS y Vox en Andalucía. En Navarra, los socialistas han hecho lo propio con su relación tóxica con el nacionalismo, y en Baleares siguen alimentando a sus epígonos. Entretanto, Aragón va quedando relegado, una vez más, a una posición secundaria desde la que se comparten los males de la política nacional sin disfrutar de sus beneficios. Eso sí, las fuerzas vivas que en Madrid impelen a la formación de un gobierno transversal que le dote de apoyos suficientes, aquí se conforman con un remedo facultado apenas para mantener el flujo de caja. Y después, que cada cual siga con sus trapisondas.

*Periodista