Una de las celebraciones que nunca he entendido es la de los Santos Inocentes. Hace referencia a los niños que Herodes, rey de Judea, mandó matar porque las profecías avisaban de que llegaba el mesías. Temiendo Herodes que sería un niño nacido hacía poco en Belén o alrededores, ordenó matar a todos los que tenían menos de 2 años. Jesús se escapó porque un ángel avisó a san José para que huyera con su pequeño. Es una narración bíblica que siempre me ha estremecido. Por varias razones. Por la decisión de Herodes de condenar a todas las criaturas para que nadie le quitara el poder. También esta historia me ha estremecido intentando entender por qué Dios permitió que fueran degollados cientos de inocentes. Y también me desconcierta que un ángel avisara a José, María y Jesús y que lo mejor era que huyeran a Egipto. Si lo miramos con nuestra sensibilidad actual, la exposición de los hechos es muy deprimente. La decisión siempre me ha parecido de una crueldad imperdonable. ¿Quién permite que cientos de personas sean condenadas por salvar a una? Y aquel ángel avisador cumplía la orden del superior. Este hecho es de una crueldad que cuesta creer. Sin atenuantes, porque Dios sabía, claro, que tenía que pasar. Él conoce el corazón de los hombres, dice la doctrina. Quizá sea porque la degollación de los inocentes es tan espantosa e inverosímil, desde la caridad cristiana, que el pueblo decidió bromear sobre ello. Mientras la Iglesia instituía el día de los Santos Inocentes. Qué cosas, Señor. Periodista