Perdóname que interrumpa tu fin de semana (si disfrutas de él) y me entrometa en esta mañana de domingo en la que aún oímos y leemos los coletazos de la llegada de un nuevo Rey y de esa nueva realidad llamada recuperación económica y hasta bajada de impuestos. Cada día me cuesta más creerme los discursos oficiales y no acabo de entender como incluso nosotros los periodistas damos tanta importancia a algunas cosas y tan poca a otras. Pongo por escrito la cantidad de contradicciones que nos habitan y la dificultad de mantener la coherencia a cada minuto.

ESCRIBO sobre el cansancio que me produce vivir en un país en el que cualquier pequeño o gran detalle siempre conlleva dobles, triples y cuádruples lecturas. Todo está impregnado de la misma toxicidad. A todo le ponemos una etiqueta. Nos hemos llevado por delante todos los territorios que tienen que ver con el sentido común, lugares que deberían ser también patrimonio de todos. Se ha impuesto la brocha gorda y se han eliminado prácticamente todos los matices. Hemos eliminado de nuestro vocabulario el concepto de crítica constructiva porque a todo le damos un sesgo. O conmigo o contra mí. No hay nada en medio. Y replicamos esta actitud en todos los ámbitos.

NO PUEDO entender por qué cuando alguien dice que le parece mal que se impida enseñar una bandera en tu propia casa, esa persona se convierte inmediatamente en un ser muy sospechoso. De la misma manera que no entiendo que consideremos vendidos a la monarquía a aquellos que defienden que el nuevo Rey tiene bastante más nivel que muchos de los integrantes de nuestra clase política, a la que sí elegimos cada cuatro años y no cada 39. O por qué te conviertes en un líder de la extrema izquierda si dices que el nuevo Rey no puede hablar de una monarquía transparente si a la vez no se hace pública la lista de los 3.000 invitados a su recepción del pasado jueves, recepción pagada con dinero público. O por qué eres un insensato y un desagradecido con "tus mayores" si planteas simplemente que a mucha gente de una misma generación le cuesta ver la utilidad de una monarquía en el siglo XXI.

Y no puedo entender que te llamen sectaria por decir que te da vergüenza ajena escuchar a la alcaldesa de Alicante deshacerse en elogios hacia un empresario metido en varios líos de corrupción. Vergüenza ajena al oírle decir "yo, a tu disposición, chaval" charlando amigablemente sobre un plan urbanístico y después de haber afirmado públicamente que no le conocía demasiado. Lo dicho. Cada vez entiendo menos cosas. Pero debo de ser yo.

Periodista