Pobres los hay en todas las latitudes, con el referente estadístico de que se está en tal situación cuando el ingreso es inferior a la mitad de la renta media disponible. Sin embargo, los avances académicos en este campo han ido introduciendo matices según el grado de desarrollo de los países, el marco institucional y la estructura social. Peter Townsend distingue así tres concepciones: la subsistencia, las necesidades básicas y la privación relativa.

El estándar de subsistencia, con el legado histórico de las leyes de pobres inglesas, las iniciativas sobre seguridad social de la primera mitad del siglo XX y determinados indicadores nutricionales, determina que una familia vive en la pobreza cuando sus ingresos no son suficientes para cubrir las necesidades mínimas para mantener la eficiencia biológica. El enfoque pondera, por lo tanto, las necesidades humanas sólo como si de necesidades físicas se tratara. Es decir, sin otro referente sustantivo que atender a todo aquello concerniente a "comida, techo y ropa".

Precisamente por el reduccionismo de este enfoque, el estándar de necesidades básicas relaciona pobreza y nivel de vida. Se es pobre, aun cuando se satisfagan las necesidades de alimentación, vivienda y vestido, si no se accede a opciones como por ejemplo, aquel estado de salud, aquel grado de educación o aquel nivel de servicios, todo ello indispensable para el desenvolvimiento humano. Este estándar tiende en la práctica a cumplimentar el de subsistencia. Pero conceptualmente sitúa la pobreza en plano relativo, ya que el ingreso suficiente para superar el correspondiente umbral se vincula al desarrollo alcanzado por la sociedad y a su entorno institucional, lo cual es cambiante época por época y país por país.

En este contexto, el tercer estándar, o sea, el de privación relativa, supone un paso adelante. Conjuntamente con satisfactores físicos e institucionales, tiene en cuenta referentes interpersonales. La concepción es relevante en la medida que diferencia entre "ser pobre" y "sentirse pobre", a partir de la constatación de que las costumbres crean necesidades.

Este concepto novedoso en la literatura vigente tiene, con todo, un origen en los albores mismos de la economía política, ya que en La riqueza de las naciones que publicara en 1776 Adam Smith se indicaba que en aquel mundo cualquiera se sentía pobre si no podía presentarse en sociedad con zapatos de cuero. Actualmente, el concepto aparece más complejo y de mayor significación a partir de las aportaciones de Amartya Sen. La pobreza se deriva de la carencia de capacidades y/o habilidades para la realización de funciones esenciales, tanto respecto de las de tipo absoluto como de aquellas otras de naturaleza relativa, según condicionantes de tiempo y lugar.

LOS TRESestándares constituyen, obviamente, puntos de referencia para la puesta en práctica de políticas correctoras, con diferente intensidad y alcance, según sean los programas diseñados por gobiernos nacionales, organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales. Y los instrumentos subyacentes han ido complementando las tradicionales políticas asistenciales con otras relacionadas con la provisión de bienes públicos y medidas redistributivas, más allá de lo que éstas por ellas mismas incidan en la lucha contra la desigualdad.

No obstante, la pobreza, en su dimensión de drama humano y conflicto político-social, no sólo persiste, sino, lo que es peor, se agranda al observarse una relación causal perversa: a mayor crecimiento, más pobreza. Es por ello que cada vez resulta más necesario revisar el significado del crecimiento económico, no para trabarlo con argumentos peregrinos y doctrinas caducas, sino para ajustarlo a su vez al conjunto de programas correctores de la pobreza mediante la apelación originaria de John Rawls.

En efecto, no se trata sólo de favorecer más a los que menos tienen, sino también de que aquéllos puedan participar mayormente de los incrementos de bienestar material que trae consigo el crecimiento económico. Porque hoy más que nunca, siquiera sea por su relatividad, la pobreza atenta contra la dignidad de los individuos y de los pueblos y, en definitiva, como afirma Megnad Desai, en la pobreza no hay libertad posible.

*Presidente de la Bolsa de Barcelona