Qué escándalo las actuaciones de Miley Cyrus y sus posados grotescamente sexuales, tan exagerados que parecen parodias. Mi hija de 2 años está fascinada por su vídeo de Wrecking Ball, con unos primeros planos magníficos de la cantante en los que su rostro aún infantil y una cierta sensibilidad inteligente siguen imponiéndose a la otra imaginería del corto con la exchica Disney subida sin ropa en una inmensa bola o lamiendo martillos. Cuando le preguntan el porqué de una transformación tan radical, cuando debe responder a las críticas hipócritas de quienes por lo visto ahora tienen la piel fina con los contenidos sexuales de los videoclips, responde que no hace nada que no se haya hecho antes y que como predecesoras y referentes tiene a figuras tan recatadas como Madonna o Britney Spears.

Y es que la industria de la música ya hace tiempo que explota más el sexo de sus cantantes que la música que hacen, reproduciendo cada hit los estereotipos machistas de siempre. Pocas estrellas escapan a eso: ni Shakira con su simpatía e inteligencia, ni Beyoncé con su potencia innata, ni Jennifer Lopez con su inagotable fuerza o Rihanna con una sexualidad tan plenamente emancipada. A nadie se le ocurriría creer que estas mujeres espectaculares sean solo objetos, entre otras cosas porque son ellas mismas las que venden esta estampa, pero aun así no deja de ser en cierto modo un posicionamiento retrógrado. Si las miramos como agentes educativos, ¿qué conclusión sacarán nuestras hijas? Que tanto da que cantes bien, seas una buena chica, inteligente, sensible y estés bien dotada por todos los lados de tu ser, porque lo más importante es que pronto aprendas a bailar con el mínimo de ropa.

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