Son tan históricas y al tiempo tan actuales,las críticas que padecen y que continuarán padeciendo esas dos clases (no castas) de profesionales,que los creo vacunados en general, para sufrirlas no sólo con entereza sino con capacidad de respuesta, más ajustada al humor que a la maledicencia. Es bueno pero nada sencillo, asumir hasta con sonrisas, el común de las críticas y uno que es abogado y da gracias a Dios por habérmelo permitido,duda un poco a la hora de escribir este artículo: ¿se entenderá con buen talante?

Defendiendo a los médicos en un tiempo pasado en que padecieron una extraña ofensiva,cité una frase que encontré en la Biblia: "haz caso de los médicos, algunas veces aciertan". Pero omití su segunda parte para evitar que alguien creyese que me apuntaba irónicamente a las críticas; no me atrevo ahora, a certificarla literalidad de la frase pero tal era su sentido.

A los abogados aún se nos trata con más chufla;una vez en Lérida, donde ejercí por primera vez la profesión letrada, un colega, famoso por sus minutas, le pasó una harto elevada a su cliente, advirtiéndole que no le cobraba más por la amistad que tenía con su padre. El cliente dio un respingo y sólo dijo esto: "y a mi abuelo ¿no lo conocería ud. también?"

Fue en Lérida, donde muchos años después, en una vista sobre nuestros aún irredentos bienes, fui abucheado por más de algunos asistentes mientras informaba, sin que eso aminore ni tanto así, el cariño que siente mi familia por la Terra Ferma. Vital Aza y Pedro Mata, médicos y literatos ambos y vecinos de planta, no se llevaban precisamente bien; además de médicos, el primero cultivaba la poesía festiva y el otro era novelista, bastante leído en su tiempo. La enemistad que se tenían les llevó a practicar la insana costumbre de dejarse notas que fijaban en sus respectivas puertas. Vital Aza al fin, dejó a su rival esta cuarteta: "vive en esta vecindad/ cierto médico poeta/ que al pie de cada receta/ pone Mata y es verdad".

Opinaba el doctor Lozano (q.e.p.d.)y así me lo contó en cierta ocasión, que los abogados solíamos ser más afectuosos con los compañeros de oficio que los médicos con los suyos y me explicaba las discrepancias que en una vista laboral, tuvo con otro colega y buen amigo suyo, cuando actuaban los dos como peritos de parte y disintieron entre sí a propósito del grado de movilidad del codo de un accidentado. Al concluir el acto, en el que los dos letrados intervinieron con parecida dureza, "mi amigo el otro perito y yo, me reconocía el doctor Lozano, "salimos sin decirnos ni adiós y cuando caminaba hacia la salida, advertí sorprendido que los dos letrados aún con las togas puestas, iban interesándose amigablemente, por las respectivas familias, con la mayor naturalidad."

No lo acababa de entender,"suele ser así, le contesté,acaso porque nosotros nos desahogamos en la vista, algo que también ocurre en el parlamento y la gente lo interpreta peyorativamente". Mi amistad con un socialista también abogado se inició tras un duro debate que tuvimos en el Congreso sobre la dudosa constitucionalidad del asunto Rumasa.

Tan clásicas profesiones requieren una dosis notable de conocimientos en la materia y de la psicología humana. Recuerdo un compañero que pese a su extraordinaria formación vio que el ejercicio libre no era lo suyo y acertó, dedicándose sólo a la enseñanza del Derecho.

Pero,¿qué es eso del "ejercicio libre", decir siempre lo que se piensa o decir de lo que se piensa, únicamente, lo que aprovecha a nuestro cliente? Clientes y pacientes, médicos y letrados, deben emplear sin excepciones, el sentido común; su ausencia nos hace perder la razón y desoír el consejo de transigir con el contrario que puede serle más útil que ir a pleito.

Si el logro de la Justicia plenaria es humanamente casi inaccesible, ¿deberíamos comprender todos que conformarnos, transigir o someter a arbitraje nuestras cuitas con otros, es frecuentemente más razonable que esperar de los juzgados que, ahitos de asuntos, acierten en nuestro caso y naturalmente, dándonos la razón. Médicos y abogados deben curar y ganar y también, consolar cuando ni curen ni ganen.