La profesión médica está durante estos días en el candelero. Se está sacando a la luz un malestar que todavía a mucha gente sorprende. Pero no es algo nuevo. Es sabido que todas las revoluciones de la historia no surgieron de la noche a la mañana, sino que fueron la explosión de ese malestar largamente contenido que estalla a la manera de una botella de champán. Porque detrás de cualquier auténtico conflicto hay una antesala --en este caso muy larga-- de frustraciones, desatenciones y ninguneos. Normalmente subyace algo que va mucho más allá de meras reivindicaciones económicas o de condiciones de trabajo. Hay una historia de prejuicios seculares que se levantan como murallones ciclópeos, y yugulan cualquier intento de diálogo fecundo.

PUES BIEN, algo de esto hay en la inquietud de estos días. Un malestar que tiene como paganos a muchos pacientes que no entienden nada. Entre otras cosas por que no entienden que una figura profesional tan respetada "de siempre" como el médico se comporte como un trabajador más, en defensa de sus derechos. En muchos casos, no en defensa de sus derechos, sino en los de sus pacientes. Porque entre médico y paciente hay una simbiosis. El médico lo es en cuanto que hay enfermos, y los enfermos lo son porque acuden al médico. De alguna manera, como el enchufe y la clavija.

Entonces, ¿qué ha pasado? Para entender bien las cosas habrá que remontarse al pasado --todo es consecuencia de lo anterior-- y ver cómo el papel del médico responde, como es lógico, a la mentalidad predominante en cada época. Y nos damos cuenta de que el médico (el brujo, el chamán, el "hombre medicina") estaba muy cerca, cuando no confundido con el sacerdote, que ligaba lo terrenal con lo sobrenatural. Esta consideración del médico como algo en cierto modo divino ha persistido hasta ayer mismo, y en algunos ambientes hasta hoy. No hace tanto, las fuerzas vivas de los pueblos eran el alcalde, el maestro, el boticario, el cura y... el médico. Es decir, era la autoridad. Pero era una autoridad ciertamente paternalista, no coactiva, el hombre bueno, la "bonhomía" por antonomasia.

NO ES CASUALIDAD que el médico, tan cerca del sufrimiento de los hombres, tuviera hondas preocupaciones sociales, que muchas veces le llevaba a participar en política, generalmente a través de partidos de izquierda. Las listas electorales de la segunda República son un buen ejemplo de ello. Los médicos, por lo general, hombres respetados y queridos, eran además muy conocidos persona a persona, boca a boca que diríamos ahora, cuando los medios de comunicación llegaban a exiguas minorías.

Pero resulta que han llegado aceleradamente en los últimos tiempos unos cambios tecnológicos y sociales que han modificado profundamente todo el papel del médico. La humanidad propia de un ser que se encontraba por encima del bien y del mal tiene que luchar contra la consideración social nueva de ser un profesional más. Ya el médico no era un ser superior. La distancia paternalista y a la vez humana con la que trataba a los pacientes había desaparecido. Tanto más cuanto que los grandes avances tecnológicos, agua de mayo para los enfermos, ponían por otro lado, un muro más entre la comunicación humana de médico y paciente. El médico ya no era el sabio que deducía a través de síntomas y signos clínicos lo que no era evidente. Ahora es, de alguna manera, un técnico que interpreta fríamente una prueba, y explica brevemente al paciente su resultado. Casi siempre tan brevemente que no dispone muchas veces ni de "10 minutos". ¿Para cuándo los auxiliares administrativos en las consultas para aliviar la burocracia, como ya se va a hacer en el departamento de Educación? Así el paciente, perfectamente tratado desde el punto de vista clínico, sale de la consulta en estado de zozobra y ansiedad, pues el médico no ha tenido tiempo (no sólo físico, sino también de tranquilidad psicológica, lo que diríamos "tiempo de calidad") para dejarle humanamente satisfecho.

Una pena, pues el paciente debería estar así, pero no lo está. No sabe que ha sido muy bien tratado. Falta la comunicación. La humanidad. Llegados a este punto, resulta vital hacer compatible el progreso científico y tecnológico que transmiten unos médicos que son quizá los mejores del mundo --aunque aquí no se les trate como tales-- con esa capacidad de comunicación de antes . Esa humanidad que sólo puede ser propia de las personas que se sienten seguras, que no se sienten postergadas. Esa humanidad que médicos y pacientes juntos --no puede ser de otra manera-- no pueden dejar que se pierda. Está en juego nuestro sistema de gratuidad, equidad y universalidad, del que, lo mismo que de nuestros médicos, podemos sentirnos bien orgullosos.

*Historiador y médico