Las etiquetas en política no funcionan como tampoco lo hacen las trincheras. En este afán por categorizar, nos afanamos ahora en encontrar un concepto que encierre a aquellos que están disconformes con el tono bronco e inoperativo de la cosa pública. Muchos no nos sentimos huérfanos, ni desertores políticos ni defendemos la equidistancia en todas las situaciones, porque en algunos supuestos implica el colaboracionismo con lo antidemocrático.

Que nos parezca reduccionista el hiperliderazgo en los partidos políticos, que defendamos otros tiempos en política que no sean los de la obsesión por las citas electorales, y que nos sintamos más cómodos en lo propositivo que en la confrontación no significa que no tengamos una ideología conformada. Porque la ideología no ha muerto, no lo hizo cuando lo anunció <b>Fukuyama</b> en 1989 tras la caída del muro de Berlín, ni lo hace la libertad ante un monstruo totalitarista como dice ahora <b>Zizek</b> a consecuencia del potencial unificador de la epidemia.

Bien distinto es que tener diferentes posicionamientos sobre el sistema fiscal, la inversión en servicios públicos o la defensa de los derechos sociales no nos inhabilite para llegar a acuerdos, para reiniciar el debate público desde el respeto y la aceptación de las otras visiones. Estamos hartos de los insultos, de la búsqueda de culpables en lugar de la de responsables, de la bronca como excusa para la parálisis, pero no de opciones distintas sobre una misma realidad, eso es pluralismo, y lo defenderemos siempre.

Tampoco somos desertores de la política. No hay nada que necesitemos más, porque si dejamos el hueco del interés general a la economía, veremos cómo es el mercado, amigo. Somos conscientes de que tendemos a pedir a la política cosas que sabemos que solo por sí misma no puede solucionar, lo que nos genera todavía más frustración.

Los de en medio somos propagandistas del valor de la responsabilidad, que nos hace incomprensibles las manifestaciones de Nuñez de Balboa y las antirracistas del pasado fin de semana. Estamos preocupados por la convivencia, y para eso se tiene que cumplir la segunda parte del concepto, hay que estar vivos, una prioridad que parece se nos está olvidando muy rápidamente.

Hemos tenido miles de ejemplos en la política municipal durante estos tres meses, a los que los de en medio nos agarramos, que demuestran que la solidaridad no tiene que ver con la orientación ideológica y que cuando un pueblo se pone en marcha en defensa del valor de lo común el resultado es el mejor de los posibles.