Los niveles de corrupción en todos los dominios, pero sobre todo en la clase política bien por acción (los políticos que se corrompen) o por omisión (al no legislar y tomar medidas que impidan tal práctica), han llegado a tal nivel que una gran mayoría de ciudadanos ha perdido toda fe en quienes han sido elegidos para gobernar o ejercer responsablemente la oposición. Ya ni se aferran a aquella manida expresión que exigía a la mujer del César ser honrada además de parecerlo. Con que no se les note y solamente ejerzan de picaruelos (comidas gratis total, coche oficial, escoltas, dietas de viaje, etc.) ya tienen lo suyo. Que los diputados en el Parlamento aragonés, por poner un ejemplo, cobren unos dineros en concepto de desplazamiento resulta más que chocante, cuando la inmensa mayoría de trabajadores lo hacen a costa de su propio bolsillo. ¿Y qué decir de los sabrosos menús que trasegaban casi a gratis total en el restaurante de la sede parlamentaria? Etc., etc. Y dicho lo cual, habrá que señalar que no todo el monte es orégano, que muchos políticos son honrados y que existe la deleznable práctica de lanzar imputaciones sin razones o sin pruebas que puedan avalarlas, como ahora mismo está sucediendo. Hay que ser muy prudentes y apostar por la inocencia de unos y la condena de quienes alegremente tratan de manchar fama y trayectorias. Otra cuestión sería comprobar que hubieran delinquido, en cuyo caso tanto la ley como la ciudadanía pueden tomar las medidas que les correspondan. Profesor de universidad