Una de las cosas que llama la atención al viajero cuando llega a esta tierra de garbanzos es nuestra innata capacidad para no ponernos de acuerdo en nada y sacarle peros a cualquier cosa. Ese es un lugar común que muy pocos se atreven a discutir pero, si se fijan un poco, hay curiosas excepciones.

Una de ellas es la Virgen del Pilar. Servidor conoce a conspicuos ateos que no admiten bromas con la Pilarica (y ustedes también, seguro). Otra es el Canfranc. Así que llega monsieur Chirac y dice que el Canfranc no es de interés francés (ZP no lo dice, pero como si lo dijera), y nos cabreamos como monas aunque digan los dos a coro que van a por el Vignemale. No, el Canfranc no, oiga, el Canfranc ni tocarlo, como la Virgen del Pilar.

Yo creo que eso lo saben también los políticos aragoneses, que el Canfranc es sagrado. Lo digo porque estoy por ver a alguno que tenga las santas narices de decir en público lo que dicen muchos en privado (no se hagan ilusiones, no voy a dar nombres): que el Canfranc es un proyecto del siglo XIX que no sirve para el XXI.

En los ministerios, y en Bruselas, hay informes técnicos que vienen a decir lo mismo pero con cifras y datos. Ellos los conocen, pero achantan la lengua y dicen que aún se puede animar a los gabachos. No sé si esos informes son correctos, pero a simple vista parece que sí y, en todo caso, pienso que los esfuerzos condenados al fracaso producen melancolía. Claro que a lo mejor es eso, que nos va la melancolía cosa mala.

*Periodista