Voy a comenzar por decir que no me gusta esta expresión. Es lo que, en terminología moderna, se llama un oxímoron, una expresión imposible, como silencio sonoro, por poner solo un ejemplo, palabras bonitas para una poesía.

La memoria es una facultad individual, de cada uno de nosotros, de conformidad con nuestros genes y mejorada, o no, a lo largo de los años por cada cual. El calificativo de histórica se atribuye a algún hecho sucedido en el pasado. La memoria es subjetiva y lo histórico es, debería ser, objetivo, demostrado.

Desconozco quien fue la primera persona que utilizó esa expresión pero admito como posible la versión que se da en Wikipedia de que fue en Francia en torno a las conmemoraciones de la revolución de 1789 y en algún libro colectivo. Entre nosotros ya se utilizaba, para combatirla principalmente, cuando en 2006 el Gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero remitió a las Cortes un proyecto de ley que terminaría siendo la ley 52/2007, de 26 de diciembre, «por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura». Con ese nombre tan largo y con la referencia periodística a la misma: ley de memoria histórica, ya se ha quedado entre nosotros esa denominación, a lo que, también, han contribuido las muchas asociaciones de «recuperación de la memoria histórica» que hay en España.

Más allá de la polémica semántica, lo principal es el debate sobre el fondo del tema: en nuestro país siguen quedando en cunetas, tapias y mil sitios diversos, cadáveres de personas que fueron fusiladas en la guerra o en la posguerra. Viven entre nosotros, en pleno siglo XXI, personas que no saben dónde están los restos de sus antepasados, asesinados por otros compatriotas. Y esa es una vergüenza que no nos debemos permitir.

Hay quien sostiene que es un debate entre los que están en esa tesitura y entre los que no lo están. Otros afirman que lo es entre republicanos y sublevados. Incluso hay quien defiende que es una controversia entre franquistas y antifranquistas. Yo me niego a aceptar estas tres afirmaciones. Creo que solo cabe un debate entre personas decentes y quienes no lo son.

No es un debate del pasado, no debemos centrarlo entre quienes vivieron antes que nosotros, no lo es entre quienes combatieron en 1936-1939 ni entre los que protagonizaron la posguerra. Somos nosotros, es una cuestión que debemos solucionar entre los españoles que nos cruzamos a diario por las calles, sin necesidad de preguntarle a nadie en que bando combatieron los suyos. No, no hay que preguntarle a un transeúnte, somos todos, insisto: las personas decentes, las que tenemos que resolverlo. Mis vecinos, mis compatriotas, no son mis enemigos. Eso fue, pasó, y ya no estamos en ese tiempo. La dialéctica del odio no nos lleva a ninguna parte.

Cuando estoy en un funeral o tengo noticia de una defunción no me preocupo por el muerto, él ya no vive. Quienes vienen a mi cabeza son los vivos, a los que veo, a los que conozco, o no, y una sensación de simpatía, por pequeña que sea, me invade. Así se construye la convivencia y así debemos aspirar a edificar un futuro mejor.

Yo no tengo a ningún pariente en una cuneta. En la zona de la provincia de Guadalajara de la que es originaria mi familia, materna y paterna, no hubo fusilados. Mi padre pasó la mayor parte de la guerra en un centro de detención de prisioneros y recuperó la libertad en abril de 1939. Sí conozco a personas que están en esa incógnita de no saber donde reposan los restos mortales de algún familiar. Y siento su dolor como si fuera mío, como si fueran mis parientes y es que lo son, esos muertos son nuestros, y tenemos que encontrarlos entre todos. No cada familia a los suyos, no, así no, todos nosotros buscando a los de todos ya que son, lo repito, nuestros muertos.

El día en el que lo logremos, España será mejor.

Hablando del dinero preciso para lo que llamamos «memoria histórica» una senadora del Partido Popular, por la provincia de León, Esther Muñoz de la Iglesia, en una intervención en esa cámara, ha afirmado que es un error asignar unos determinados millones para desenterrar unos huesos. Dado el tono conciliador que está teniendo este artículo no voy a decir lo que pienso de esa afirmación. Solo le pediría a algún amigo suyo que le diese una pastilla de jabón para que se lavase la boca. El que otra persona próxima a ella la haya convencido para pedir perdón no sirve de mucho ya que ha sonado a falso. Yo lo siento por ella, odiar es muy dañino para la salud.

*Militar. Profesor universitario. Escritor