La avenida del Ebro que atraviesa este fin de semana las tierras de Zaragoza viene causando cuantiosos daños materiales y ha puesto en vilo a decenas de municipios. Miles de hectáreas inundadas, infraestructuras arruinadas, viviendas anegadas en la Ribera Alta y garajes en la capital, evacuaciones preventivas de urbanizaciones y pueblos, diques resquebrajados- La pregunta que se formulan en los municipios afectados, entre la impotencia y el temor, es sencilla. ¿Por qué una riada sobresaliente pero ni mucho menos histórica provoca afecciones más graves que en otras ocasiones?

La respuesta no lo es tanto. Depende de a quién se interrogue. Para los alcaldes ribereños el problema radica en la prohibición de actuar en un cauce sobreelevado, con la consiguiente falta de limpieza de las orillas y de dragado. Los expertos universitarios y los técnicos de la Administración discrepan. Entienden que la causa es multifactorial y tiene que ver con la acción del hombre; a saber: con la política hidráulica, con los excesos urbanísticos, con la falta de respeto del dominio público y con el encajonamiento del río a base de defensas que trasladan las consecuencias aguas abajo, sin llegar a prevenirlas.

El único hecho cierto de este episodio es que sus efectos han sido tan devastadores como los de la avenida extraordinaria del 2003, muy superior en caudal. ¿Por qué las consecuencias han sido parejas? Un motivo puede encontrarse en los antecedentes del mes de febrero. La riada extraordinaria de este sábado ha venido antecedida por otras tres ordinarias en un episodio de lluvias sostenido que ha elevado el nivel freático. Pero la explicación parece más compleja. El Ebro, un cauce dinámico y puntualmente rabioso en su tramo medio, siempre ha mantenido una compleja relación con los habitantes de su valle medio. Una relación plagada de mitos, verdades y mentiras, dudas y certezas, en una lucha desigual en la que el hombre nunca ha conseguido domeñar por completo la naturaleza del río más caudaloso de la península.

¿Cómo intervenir en el Ebro, después de años en los que se ha hecho poco y lo poco que se ha hecho ha sido insuficiente, a juzgar por las consecuencias de esta serie de avenidas? Intervenir en parte del tramo medio del río, y solo en su lecho principal sin ver el Ebro como un conjunto, no sirve de nada. Y el problema no se da solo aquí; ocurre también en otros importantes cauces europeos. La propia directiva comunitaria de evaluación y gestión de riesgos de inundación pone de manifiesto que las estrategias tradicionales, la mayoría centradas en construir infraestructuras para la protección inmediata de las personas, las propiedades y los bienes "no ha logrado garantizar la seguridad prevista".

Frente a esta petición de enmienda, la política española de prevención de inundaciones no se ha movido un ápice en los últimos años. Hace poco más de un lustro, el Ministerio de Medio Ambiente quiso establecer una estrategia nacional de restauración de ríos, que buscaba la mejoría ecológica y la prevención de riesgos. Elaborada por un amplio equipo de expertos, entre los que se encontraban el profesor zaragozano Alfredo Ollero y el comisario de Aguas de la Confederación Hidrográfica del Ebro, Rafael Romeo, que luego presidiría el organismo, establecía una serie de medidas que no han sido tenidas en cuenta. Algunas de ellas advertían del problema con el funcionamiento de las motas, que en los procesos de crecida pueden agravar la inundación si la conducen hacia espacios no defendidos o hacia aguas abajo. Parece, por ejemplo, lo ocurrido estos días. Las defensas van resistiendo, hasta que una falla provocando impactos importantísimos.

Otra de las consideraciones solicitaba una redefinición del dominio público hidráulico, una figura no siempre respetada por la complejidad del reparto competencial entre administraciones y por la planificación independiente de cada municipio. Además de perseguir usos indebidos, se propuso desde este grupo complementar el dominio hidráulico con el concepto de espacio de movilidad fluvial, y bajo ese prisma se llegó a plantear un pacto con los diferentes municipios de la ribera para establecer unas zonas de inundación controlada para minimizar daños en episodios violentos como los vividos estos días. Un ejemplo fue la propuesta de realizar una prueba piloto aguas arriba de Zaragoza, creando un Parque de Renaturalización del Ebro entre Alagón y Utebo, del que nunca más se supo.

Mientras el río cobraba más velocidad y caudal estos días, en las Cortes de Aragón, Gobierno de Aragón y oposición se enzarzaban acerca de la responsabilidad de lo sucedido. Para el PSOE de Javier Lambán, ni la DGA ni la Administración central se han tomado en serio el problema, mientras que para el consejero Modesto Lobón, la situación deviene de la ausencia de planes y de inversiones anteriores. Pero lo único cierto es que el impacto de las avenidas del Ebro es cada vez mayor, sin que la Administración decida qué hacer para prevenirlo. Ayer, la indignación de los afectados era evidente; se sintieron huérfanos, desinformados y hasta cierto punto desamparados. Razones no les faltaban. ¿Tendrá que venir en unos años otra crecida extraordinaria para actuar?