Es el paradigma liberador de energías, es el referente que orienta las propuestas avanzadas, es la luz que ilumina la visión ideológica de la suprema organización social, económica y política y da paz al espíritu.

En mi opinión, es una visión miope y estrecha (y equivocada) de los asuntos socioeconómicos. La filosofía que acompaña este lema es la de un Estado de mínimos. Poco Estado, mucho mercado, de acuerdo a una concepción en la que los mercados son la mejor forma de organizar la sociedad y la economía mientras que el Estado no hace más que entorpecer el crecimiento y el desarrollo económico y social, y constituir el escenario donde se amparan y aprovechan los sectores menos dinámicos de la sociedad. Nada más alejado de la realidad real, valga la expresión para insistir contra esas falacias. La ideología fundamentalista del mercado ha hecho invisible al Estado. Veamos: esas leyendas de los garajes, en los que se forman los grupos musicales más exitosos y rompedores o donde los intrépidos emprendedores inventan los ipod, ipad y tiro porque me toca, son eso, leyendas. Las empresas más florecientes y llamativas en estos momentos, Google, Microsoft, Apple, Amazon, etc, es posible que nacieran en un garaje. Pero si eso fue así, fue porque, previamente, el sector público realizó importantes inversiones y descubrimientos en la tecnología básica, a partir de la cual se han desarrollado las aplicaciones de mercado correspondientes. Internet, el GPS, el asistente de voz Siri, las redes inalámbricas, las pantallas táctiles, se han inventado, diseñado y desarrollado por el sector público. Las tecnologías que hacen que los teléfonos sean inteligentes o que permiten funcionar a empresas como Uber o Amazon, fueron desarrollas por el Estado. La investigación básica, las actividades que tienen una maduración larga e incierta, en muy raras ocasiones, se desarrollan por el sector privado.

No es quitar mérito a Apple, por ejemplo, pero es necesario distinguir y diferenciar la contribución de cada cual. Hasta que la incertidumbre no se va despejando y se va convirtiendo en un riesgo asumible, el sector privado no entra. Y para llegar a eso ha podido ser necesario un largo periodo de incubación. Esta última razón precisamente explica y fundamenta la intervención pública. Pero no de cualquier manera porque lo que se observa es que se socializa la investigación básica y se privatizan lo beneficios de sus posteriores aplicaciones. Se discute poco sobre esto.

El debate sobre la relación público-privado, más allá de los fundamentalistas del mercado, señala que el Estado debe tener un papel subsidiario del mercado. En el ámbito de la economía, cuando se producen los llamados fallos del mercado. En el ámbito socio-político, la idea que parece que viene de Konrad Adenauer, político democristiano alemán, recuperada por la Tercera Vía socialdemócrata, de «tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario», transmite, en mi opinión, una imagen subordinada del Estado, una sensación de un agente a prescindir cada vez que se pueda. La economista Mariana Mazzucato, en El Estado emprendedor, nos da argumentos sólidos para entender y justificar un papel del Estado diferente a las visiones que hemos mencionado. Sostiene la idea de pasar de un papel pasivo y subsidiario a otro activo y emprendedor, como dice el título de su libro.

Las historias que se cuentan a los contribuyentes de que la innovación y el crecimiento económico son el resultado de la genialidad individual, sobre todo si los impuestos son bajos y la regulación es laxa, tiene esa consecuencia: poco Estado y además pasivo. Sin embargo, lo que se deriva de un Estado débil es una escasa capacidad para invertir en actividades básicas, de madurez más incierta y de largo plazo, esas de las que luego se beneficia el sector privado, el de los garajes y de esas leyendas de Silicon Valley. En consecuencia, el Estado es necesario, pero no de una forma subsidiaria, allá donde no llega el mercado o este lo hace mal.

El Estado es necesario como emprendedor de esas actividades básicas, de hecho, está, aunque se oculte ante ese fundamentalismo del mercado. Es como el elefante en la habitación. ¿Cuántos recursos económicos y humanos aporta el Estado en España para la transición ecológica, por ejemplo?

La cuestión es cuánto de presente debe de estar y cómo. Esto va a depender de una primera cuestión ideológica, se está por una mayor o menor presencia, y, segundo, de una razón presupuestaria. Un Estado fuerte servirá para generar un mercado fuerte. Pero para que haya un Estado fuerte tiene que disponer de recursos y aquí nos encontramos con la paradoja de que esas empresas, y otras, que se benefician de las inversiones públicas luego no quieren pagar impuestos, lo cual debilita al Estado. Eso no es capitalismo inteligente, es depredador y sobretodo torpe.

*Profesor de la Universidad de Zaragoza