Me pregunto si el exceso de exaltación del orgullo rural ha entrado en una senda que puede distorsionar el grave problema de la despoblación. A veces hasta me pregunto fríamente si la despoblación que copa todas las agendas y los debates (ha llegado incluso una nota de prensa que vincula las crecidas de los ríos con la despoblación, cuando resulta que es lo contrario porque donde hay agua hay una huerta y, por ende, un asentamiento urbano desde tiempos inmemoriales) es tan preocupante. De lo que estoy seguro, y lo lamento, es que la despoblación tiene difícil solución y no hay comisionado ni instituto aragonés de fomento que pueda enmendar la tendencia. Desde siempre, el ser humano migra allá donde hay oportunidades de desarrollo por sus condiciones geográficas o ambientales, aquí, en Estados Unidos y en China. La clave de la despoblación se encuentra en el mapa del tiempo. No es casual que las zonas más frías de España sean las más despobladas secularmente. Del mismo modo, pienso que si no fuera por el empeño de las administraciones públicas, el problema sería aún más agudo y muchos de quienes denuncian el abandono no lo harían desde su pueblo sino desde un pequeño piso en algún barrio de Zaragoza.

Sé que el argumento es impopular, que cualquier objeción a un debate apasionado levanta críticas y asumo con resignación las posibles acusaciones infundadas de que quien esto escribe es un insensible urbanita. Son infundadas porque uno también es de pueblo y en él vivió los años más felices de su vida hasta que, como a tantos, las circunstancias le forzaron a marcharse. La mayoría de las personas viven donde pueden y solo unos pocos donde quieren, sin que eso los convierta en mejores ni peores. Victimizarse es tan mala opción como presumir demasiado

Últimamente observo que se han consolidado numerosos portavoces de un lamento que a veces viene acompañado de cierto recelo hacia la ciudad y sus habitantes, como si fueran una suerte de privilegiados ante los agraviados vecinos de los pequeños municipios. Para mí es una visión distorsionada que traslada una imagen injusta de la vida en muchas de esas localidades donde hay gente emprendedora, gente feliz que tiene más o menos los mismos problemas que los de la ciudad y donde se vive muy bien si se presta la ocasión, igual que ocurre en la ciudad. Vivimos en una comunidad compleja donde todo es mejorable, pero es injusto quejarse continuamente de los agravios. Nunca se había vivido mejor que ahora en un pueblo. Porque la escuela rural es modélica y la gente está más formada que nunca, la sanidad tiene problemas similares a los que puede sufrir un ciudadano de la ciudad, hay transporte público mejorable pero que atiende a la mayor parte de Aragón aunque muchos buses vayan vacíos y sean deficitarios; y la red viaria es, sin duda, el punto negro aunque cada año se hacen esfuerzos presupuestarios para repararla. Por supuesto, hay que garantizar la dignidad de las condiciones de vida de todas las personas, aunque esta tampoco entiende del tamaño de la población en la que se viva.

Hay un lógico hartazgo por la saturación informativa de Madrid, pero me sorprende que se resalte que en los pueblos -muchos de ellos acostumbrados a las nevadas- se ha resuelto con más diligencia que en una capital menos habituada y con más problemas ante una situación así, aunque sus dirigentes no lo pongan fácil. Como veo injusto que se planteen exenciones fiscales, que dudo que resuelvan nada, a zonas despobladas. O veo injusto el reproche hacia los de las segundas residencias , muchas veces segunda generación de hijos del pueblo que mantienen a un alto precio sus viviendas para evitar otra casa caída y para preservar la memoria de sus orígenes.

Fray Antonio de Guevara escribió en el siglo XVI un largo sermón moral que tituló Menosprecio de corte y alabanza de aldea . En él se censuraba la vida en las ciudades que empezaban a crecer y se elogiaba la nobleza y buenas costumbres de los pueblos. A veces tengo la impresión de que esa obra que disfrutó de cierta popularidad se está reescribiendo sin que se analice con raciocinio y templanza el problema de la despoblación.