La victoria (en votos, que es lo más legítimo) de Pasqual Maragall, y el consiguiente apaño (en escaños, que también lo es) ha provocado efectos importantes en Cataluña. Pero no menos intensos en el panorama político español. El Gobierno formado con la participación de PSC, ERC e ICV supone el mayor de los apoyos posibles para que en España se pueda producir una mayoría de izquierda, capaz de quitar de en medio al PP, o el mayor de los obstáculos, según los principales agentes se expliquen.

Veámoslo: de lo que no se trata, en absoluto, es de que se produzca una ocultación de intenciones. Eso acaba provocando, tarde o temprano, disgustos duraderos. De lo que se trata es de saber si, a medio o largo plazo, el tripartito tiene encaje y cabida en un proyecto de izquierda español. Y, desde ese punto de vista, al final, lo que importa es saber cuánto gobierna Maragall la coalición que encabeza y cuál es la posición de fondo de los nacionalistas de Esquerra.

HASTA ELmomento, el mensaje que ha recibido la sociedad en España (no confundir con los nacionalistas españoles del Partido Popular, por el amor de Dios) ha sido confuso. En dos niveles. Por un lado, uno muy nítido: hay una acción de gobierno de izquierda que tiene pendiente en Cataluña limpiar las instituciones y realizar una política social y cultural de nuevo cuño. Este mensaje se percibe de forma clara, y favorece la opción de José Luis Rodríguez Zapatero, porque muestra, como un avance, lo que los socialistas españoles proponen para cambiar este país después de que haya pasado por él el PP durante ocho años.

El otro amenaza con ser de la misma nitidez. Y puede provocar la retracción del electorado socialista. Eso o, al menos, la no beligerancia. Para que se entienda: hay dos asuntos que provocan no sólo entre los fachas, sino también entre los votantes de izquierda algunas suspicacias. El primero, la cuestión fiscal. Al final, de lo que se trata es de eso. ¿El Gobierno catalán apuesta por la solidaridad entre regiones en España, o no? ¿Aspira este nuevo Gobierno a convertirse en un nuevo espacio protegido de la Hacienda común o no?

Entiéndase: no se trata de si Cataluña tiene que pagar más o menos que Madrid, sino de si Cataluña se apunta a pagar lo mismo y a recibir lo mismo que Madrid, teniendo en cuenta que son las comunidades más ricas junto con el País Vasco y Baleares.

El segundo, la cuestión de los modos. Cualquiera que conozca Cataluña sabe que si alguna vez se produce un impulso de separación, éste va a estar basado en el respeto a las normas democráticas y, dentro de ellas, a las que tenemos, o sea, a la Constitución. Eso lo permite todo para la gente de izquierda. Incluso, la independencia, siempre que se recuerde que pagar para que Extremadura y Andalucía lleguen a equiparar niveles de renta con las comunidades más ricas es tan justo como haber recibido dinero de los alemanes todos estos años.

Pero lo que no es admisible es hablar en tonos de solidaridad con el sistema escogido por el partido xenófobo pacífico nacionalista vasco, el PNV, y por los xenófobos partidos como EA y HB. Gestos como el de Ernest Benach, recibiendo a los familiares de los asesinos de Hipercor antes que a las víctimas de Hipercor, siembran la inquietud en el resto de España. Como en gran parte de Cataluña, supongo.

MARAGALLno puede controlar este tipo de gestos. ¿O sí? Pero lo que urge es hacer gestos que lo demuestren. Desde Cataluña no se debe seguir mirando tanto a Juan Carlos Rodríguez Ibarra y a Jaime Mayor Oreja para disfrutar de la gozosa sensación de no ser comprendidos por los madrileños. A quien hay que mirar es a los cómplices posibles de la alternativa que ha montado el tripartito. O sea, a la izquierda española (con perdón).

Al final, todo es más sencillo de lo que parece. ¿Queremos más democracia? ¿Deseamos que los ciudadanos se sientan cada vez más cómodos en el seno del sistema? La respuesta que dé el Gobierno catalán, con todos sus componentes de acuerdo, va a ser fundamental para saber qué nos va a pasar a todos, a madrileños y catalanes.

Yo supongo que Maragall sabe esto. Y que Zapatero, también. Incluso que lo sabe ese espléndido político que es Joan Saura. Falta que lo sepa Carod-Rovira. Y que, si no quiere saberlo, Maragall se lo explique.

En suma: aceptar que la vía de Ibarretxe es un intento fascista de anular la voluntad de la mitad de la población vasca. Y, desde la normalidad envidiable que vive Cataluña, que todo vale, con la sola condición de que el procedimiento sea democrático y transparente. Así, Zapatero va a ganar con el fundamental apoyo del tripartito.

*Periodista