Como su tres colegas de Oriente, su majestad el Rey se nos aparece cada Navidad, en la bola de cristal, para desearnos felices días y hacernos reflexionar sobre los acontecimientos pasados, presentes y futuros, así como, apelando sin grandes cautelas al subconsciente colectivo, sobre la relevancia de la Monarquía en el escenario de la vida política, y de la vida cotidiana.

Los medios, en su pacto de acción monárquica, dedican siempre espacios de relieve al mensaje navideño de Juan Carlos I. Un discurso tipo, típico, que, sin embargo, procura renovarse en cada edición incluyendo referencias veladas o alusiones directas a aquellos temas de actualidad que se supone inquietan, apasionan o sublevan al país.

En esta oportunidad, los contenidos de mayor interés institucional han girado en torno a las consideraciones reales acerca de la unidad de la patria, el respeto a la Constitución y la necesaria integración de todos los pueblos de España en el proyecto común que se inició tras la muerte de Franco y que, con bastante fortuna, no sin sobresaltos, pero bajo el permanente amparo de un amplio consenso, ha sobrevivido hasta nuestros días.

Los partidos nacionalistas han reaccionado con alguna crítica a esas reiteradas apelaciones a la unidad territorial del legado de los Reyes Católicos. PNV, CiU, incluso la coalición que apuradamente sigue dirigiendo Gaspar Llamazares han respondido con menos diplomacia que en ocasiones anteriores al planteamiento aglutinante e igualador que desde el respeto constitucional pretende vertebrar la familia real. Nada que objetar, en cambio, desde la óptica de los grandes partidos nacionales, PSOE y PP, que han aplaudido y suscrito, una vez más, las tesis monárquicas.

En Aragón, territorio integrador, los partidos nacionalistas no han añadido peros ni tildes al discurso del Rey. El Partido Aragonés, plenamente integrado en el soporte del Estado de las Autonomías, ha venido limitando tradicionalmente sus reivindicaciones territoriales a la mejora del Estatuto, a la progresiva asunción de competencias y al desarrollo de una gestión más próxima al ciudadano aragonés, objetivo, por cierto, que está aún lejos de alcanzarse. Aunque --ycon pésimos resultados--, los aragonesistas llegaron a coaligarse en el pasado junto a fuerzas independentistas, el PAR nunca alumbró veleidades autodeterministas, ni proyecto soberano alguno. Muy al contrario.

Tampoco Chunta Aragonesista, al revés que PNV o CiU, ha querido matizar las palabras de Juan Carlos I. La deriva conservadora que viene sufriendo, o elaborando, el partido nacionalista, ha debido aconsejarle un respetuoso silencio. Los arcontes de CHA, que siguen abanderando, en su carta fundacional, el principio de la autodeterminación aragonesa, han renunciado a cualquier iniciativa relacionada con la independencia de Aragón. Ser independentista en Chunta equivale a la apertura de un expediente. De ahí que CHA haya dejado de ser una preocupación para las altas instancias del Estado.

Aragón, en este sentido, no tiene vuelta de hoja: es español.

*Escritor y periodista