Claro que no es la única pero sí una de las que prefiero, Cádiz es una ciudad española llena de plazas, calles y rincones donde la historia no es un peso sino un paso, un paso adelante que sin complejos ni esnobismos sigue brillando. Mucho tiene que agradecer a la luz que de oriente a poniente y de norte a sur la inunda, por no hablar de la omnipresencia de un océano que parece rendirse a sus pies, y manso implora bañar su tierra. Por supuesto nada sería sin su gente que le aporta otra clase de brillo, la de su presencia, su música y cómo no las letras de sus carnavales ocurrentes y hasta desconcertantes para los del norte que, disueltos entre la muchedumbre, mezcla de oriundos y foráneos, llegan cada año deseosos de formar parte siquiera por un tiempo del lugar y su atmósfera.

Pues bien, hay en Cádiz un lugar tan curioso por su forma como por su nombre. Por su forma porque no es habitual que una plaza sea triangular, un triángulo isósceles en concreto, por lo alargado de su contorno y por su nombre, Mentidero. El Mentidero, nombre de la plaza, lo es hoy también de la zona que lo circunda. Destaca en la plaza una Cruz llamada de las mentiras porque allí solían acudir los desocupados y contaban toda clase de cosas y noticias, especialmente falsas. A tan entretenida actividad debe su nombre. Curioso, como tantas otras cosas de la ciudad fenicia, ha resultado ser pionera en eso de las fake news, ya saben, noticias falsas.

Aprecio eso sí algunas e importantes diferencias. El canal, nada de portales de noticias, redes sociales, compartir una plaza, un espacio, un banco, bien bajo unos rayos de sol bien buscando el alivio de la sombra. La tecnología, sin más artefacto ni artificio que el de un lenguaje y un habla preñado del ingenio y la gracia que saben imprimir a todo cuanto hacen y dicen. Y, para mí, lo más destacable: mientras que los creadores y propagadores de las fake news son, según parece, profesionales con emolumentos directamente proporcionales al éxito de la difusión de lo que no es verdad o lo es solo a medias, de sus difamaciones, injurias, maledicencias o tergiversaciones varias, o dicho de otro modo que cobran cuanto mayor sea el perjuicio causado o el desastre que sean capaces de germinar, los del Mentidero de Cádiz no gozaban de la profesionalidad y pago por sus labores, desde luego no que se sepa.

Aunque no seré yo quien jure que nunca hubo allí ningún caso donde de algún modo se compensara el embuste irradiado. Y no digo yo que no pudieran hacer daño con sus falsedades, invenciones, ficciones o fingimientos que a buen seguro que algunos y algunas lo pasarían mal por ir de boca en boca traicionera tradición tan desdeñable como humana. Lo que digo es que ni estaba en su ánimo ni en sus posibilidades originar daños sociales como los que las fake news causan cada día, ni puede olvidarse que allí, en el Mentidero de Cádiz, se produjo un 19 de marzo de 1812 una de las proclamaciones de la Pepa o Constitución de 1812 y esa gran verdad y noticia seguramente compensa las debilidades de las que les hablaba.

*Profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de ZaragozaSFlb