La frase acuñada, ya lo sabemos, es otra; tan parecida como distinta; se decía mucho antes y se predicaba también de aquellos que venían - proclamaban- «con la verdad por delante». Decían con-la-verdad-por-delante con mucho ruido de mayúsculas y como de tirón, como si no aceptara divisiones intermedias, aquí le ponemos comillas para que se note la escasa fe que nos produce semejantes proclamas: las de los que vienen o van «con la verdad por delante» y soltando «verdades como puños». O sea, que si la verdad trae puños, igual ni tiene que ser verdad, y de los que proclaman tales virtudes suelo sospechar bastante; suelen traer material averiado, por así decir.

Con que cuando veo el entusiasmo con que algunas personas saludan a este nuevo conglomerado de poder, Vox, nada menos, como si fuera el que dice «las cosas claras» -comillas, muchas comillas también aquí por lo mismo de antes- me da por pensar que las cosas claras suelen ser simplezas, ocurrencias sonoras y proclamas que suenan más bien oscuras; a menudo son trolas monumentales, y cuando no son trolas, destilan tanta naftalina como si fueran sacadas de algún baúl viejo con telarañas y olor a rancho recio de aquella mili semianalfabeta.

Pero claro, no vayamos a comparar. Tenemos por una parte el malestar y desasosiego de una idea, con su cerco de dudas, relativismos, consideraciones de todo tipo y otros acasos, que además te conmina a mirar la idea del otro, a la que a veces también le ves sentido; y hasta por puro afán de seguir descubriendo esa parte de la verdad que siempre parece sospechosa, incompleta, hasta líquida, como se dice ahora.

Por otra parte, sin embargo, está la feroz contundencia de una creencia, una buena creencia recia, viril, militar por supuesto, bien maciza y arrojadiza si es menester como arma temible contra los tibios dubitativos, acomplejados, relativistas morales y demás afeminados de todo sexo conocido. Una creencia viene de una fe, y la fe, como se suele decir, mueve montañas -ahí tenemos el Valle ese dichoso, ese espanto llamado de los Caídos, que fue montaña y ahora sólo es un engendro de aquel otro engendro enterrado en el primero.

Las verdades como puños, pues, que suele anunciar esa nueva voz, o vox, con la verdad por delante, por detrás y por un dos tres, es canción tan vieja como aquella yenka; igual de vieja e igual de conocida: autoritarismo, falta de respeto por las ideas ajenas, y una proclama que suena a aquel por Dios y por España: dos creencias intangibles que, de nuevo, no necesitan demostración, porque Dios existe, no hay más que verlo por doquier; y desde que dios existe y casi por lo mismo, se diría, existen las Españas imperiales, que tampoco necesitan demostración, porque ahí están, también, con sus cuatro puntos cardinales -que como todo el mundo sabe son tres: ricos y pobres- y con sus once mil vírgenes, cada una con su ofrenda, su romería bien surtida de burros y caballos, su desfile y su festejo taurino, su novenario, etc. Su cosa, su caspa, o sea. Y donde cunde esa alegría sana y natural de la buena gente humilde y respetuosa del orden, cantando por entre los limoneros mientras los señoritos de respeto les saludan desde a caballo. Como siempre ha sido, como tiene que ser, coño.

Se diría pues que las verdades como puños hay que soltarlas de golpe, como esperando que su propio resplandor someta cualquier duda molesta. Contundencia, determinación viril, dejarse de rodeos, de pamplinas, de complejos: las cosas con como son, sencillas, y la buena gente, la que es como se tiene que ser, lo ve perfectamente, Y los que no lo ven es porque están viviendo del cuento, o porque no aman a España, ni a Dios, o porque quieren destruirla, o están equivocados, engañados, o peor, puede que hasta cobren de la vieja conspiración internacional contra este gran país, espejo, luz faro, guía y centinela de occidente haciendo guardia sobre los luceros.

O sea que las verdades como puños, al venir con los dichosos puños por delante, suelen ser al cabo simples trolas; porque es que a veces hay trolas tan tremendas que tienen que venir detrás de los puños, para que si no creídas, sean al menos temidas. En ese caso, las verdades como puños también se llaman ruedas de molino.

*Autor y director teatral