Mire usted, las cosas como son, lo de la Fiesta Nacional o nazi--onal, según como se mire (si se mira desde la División Leclerc o desde la División Azul), ha mejorado mucho este año. Fuera muermos. Hasta la cabra de la Legión, liberada de los rigores de Trillo, estaba sandunguera y se les iba de picos pardos en pleno desfile. Entre las formas políticas de Bono, propias del barroco flamígero, y el acreditado Talante ZP, el programa lúdico-festivo resultó de lo más ameno. Soldaditos y soldaditas, tanques, cañones, aviones y mucha bandera, que resulta vistoso y agrada al personal. Hombre, a lo mejor habría que dar vidilla a otros estamentos patrios, no sólo a los militares. A lo mejor el año que viene ponemos a desfilar a una brigadilla de jueces con sus togas y sus puñetas, que quedarían estupendamente en pantalla.

El embajador americano se sumó al festejo y brilló por su ausencia. Pero, para compensar, vino Maragall, que algunas veces habla tan raro que podría pasar por un granjero de Ohio. Después del ceño de Aznar, las cuchufletas de Zapatero. Lo que no estaba en el programa era lo de Acebes, Espe y Gallardón, pero se ve que los del PP también están por la labor de agradar, y montaron su espectáculo. Delante de los Reyes y todo. Que si calladito estás más guapo, que si tú te has cargado a Pío (que, por cierto, no dice ni pío). Nuevas formas de hacer política, también en la derecha, frente al estilo Rottenmeier de los últimos ocho años.

Sólo faltó Bunbury.

*Periodista