El pasado 5 de febrero se inauguró entre bambalinas la renovación del Mercado Central de Zaragoza. Dos años de obras y 13 millones destinados (dos millón menos de lo presupuestado, algo a valorar en este tipo de obras con grandes sobrecostes), ha sido el balance de las obras de una de las joyas arquitectónicas del modernismo zaragozano. Sin embargo, no todo lo que reluce es oro. Hay que tener en cuenta un grave peligro que ha acechado la remodelación de los mercados de abastos en España: la gentrificación comercial o gurmetización. En los siguientes párrafos explicaré a que me refiero con ello.

Durante estos días, autoridades del Gobierno municipal y algunos medios de comunicación han declarado que el Mercado Central representa una de las esencias de la cultura local de la ciudad y que su renovación, impulsará turísticamente el casco histórico, generando grandes beneficios al entorno. Como muestra de ello, toman los ejemplos del Mercado de San Miguel en Madrid o el de la Boquería en Barcelona. En medio del éxtasis generado, es necesario preguntarse: ¿quiénes son los verdaderos beneficiarios de este tipo de proyectos?

Si algo ha caracterizado al Mercado Central de Zaragoza durante más de un siglo ha sido su carácter popular. No hay mas que pasearse cualquier día por sus pasillos para observar el perfil de las personas que transitan por esos puestos. Un crisol interbarrial y multicultural que hace que cuando compras allí te envuelvas en un ambiente singular. Un proyecto con una clara función social que ha sabido resistir a los impulsos especuladores y la expansión de los supermercados. Sin embargo, ¿qué se encuentra uno en el Mercado de San Miguel o la Boquería? Un auténtico parque temático abarrotado de turistas en busca de exóticos productos con precios desorbitantes. Espacios expropiados a los vecinos y donados, tras fuertes inversiones públicas, a la industria del turismo. En algunos sitios, se ha llegado incluso a instalar supermercados mientras se conservaba su fachada, como es el caso del Mercado de Sants en Barcelona.

Por eso, cuando el actual Gobierno de la ciudad hace referencia a que el Mercado Central representa la esencia de la cultura local, pero a su vez pretende que sea un motor turístico al estilo de los mencionados mercados de Barcelona o Madrid, habría que preguntarse qué entiende por esencia. Porque la cultura de un lugar la producen sus gentes y si priorizamos las fachadas frente a la vida que se produce en su interior, es cuando realmente estamos perdiendo la esencia del mercado. Hasta ahora, hay que reconocer a la anterior corporación de Zaragoza en Común, el esfuerzo de incluir en el nuevo proyecto a los antiguos detallistas, así como garantizar el mantenimiento de precios asequibles. Pese a ello, el proceso de valorización de las zonas adyacentes ya ha comenzado. Veremos si finalmente el mercado sigue conservando la función social que ha cumplido en la ciudad históricamente o si finalmente sucumbe a la vorágine del capital.

*Sociólogo