España se ha levantado hoy con un nuevo jefe del Estado una vez que el BOE ha publicado la breve ley de abdicación de Juan Carlos I, que ayer sancionó él mismo en un acto solemne en el palacio Real. Esta mañana tiene lugar la ceremonia de proclamación de Felipe VI ante las Cortes en la que el nuevo Rey va a pronunciar un discurso de gran relevancia. En él se espera que dibuje las grandes líneas del espíritu de su reinado. Un reinado, hay que recordarlo, desprovisto de poderes ejecutivos. No hay que esperar, pues, un programa de gobierno, pero tampoco unas palabras protocolarias. Goza el Rey de suficiente margen de maniobra dentro de las facultades que le reserva la Constitución para "arbitrar y moderar" el funcionamiento de las instituciones, como para que su declaración no sea baladí. En tiempos convulsos, con una grave crisis económica y política, y un contencioso territorial sin precedentes a cuenta de la cuestión catalana, Felipe VI debe hacer uso del principal recurso del que dispone: el de la palabra.

LA VISTA ATRÁS

Y mientras el nuevo Rey empieza hoy a escribir su historia, justo es echar la vista atrás para reconocer lo mucho realizado por su predecesor y el conjunto del pueblo español en estos casi 39 años de reinado. Las incertidumbres del futuro y la desazón del presente no deben empañar el balance de esta larga etapa. España se apresta a abordar una segunda transición sobre bases muy distintas a las de 1975, y el protagonismo del cambio ha de ser ampliamente compartido. Nadie trajo la democracia como si de un gracioso regalo se tratara, pero justo es reconocer que el Rey jugó un papel destacado en el impulso inicial del proceso frente a las fuerzas que trataban de frenarlo, cuando aún tenía poderes ejecutivos que la Constitución de 1978 le quitó, y también que fue clave para abortar el golpe del 23-F. Afortunadamente, desde aquel ya lejano 1981 el Rey se ha limitado a ejercer con normalidad sus funciones constitucionales sin interferir en la gestión de los gobiernos de distinto color que han llevado las riendas del país. Vivimos una etapa de enormes retos, pero la sociedad española puede presumir de haber realizado por primera vez en su historia un relevo como este dentro de la más estricta normalidad democrática. Lo conseguido es mérito de muchos. También, sin duda, de Juan Carlos I.