Un joven familiar mío cursa en estos momentos un máster sobre inteligencia artificial en la Universidad Técnica de Munich, uno de los centros más prestigiosos (a escala global, se entiende) en el campo de la ciencia y la tecnología avanzadas. Allí hay alumnos de todo el mundo, cerebritos seleccionados previamente, porque ese tipo de posgrados no están abiertos a cualquiera. La matrícula es gratis, pero solo se ingresa superando filtros muy rigurosos. Si en semejante contexto alguien contase en detalle las movidas de la Universidad Juan Carlos I de Madrid, se tropezaría con una incredulidad absoluta. En Alemania el conocimiento y su regulación académica no se lo toman a broma ni los neonazis de la AfD (Alternative für Deutschland). Por supuesto nadie se permitiría aliviar la presión sobre cualquier político pillado en una presunta falsificación de títulos oficiales aduciendo que bueno, que ya se sabe cómo son estas cosas, que jajajá y jojojó.

En cualquier país de primer nivel (en lo científico, cultural y por tanto político), una persona con la situación de Casado no podría ser considerado candidato a presidir el gobierno. Por idéntica regla de tres, ningún gobierno podría vender a su opinión pública recortes en las inversiones destinadas a formación e investigación o golpes directos a industrias punteras, como pasó aquí con las energías renovables.

Baviera (por seguir con el tema) está gobernada por la CSU, un partido muy conservador e incluso muy confesional. Sin embargo, las inversiones que ese ejecutivo (que no es el federal, ojo, sino el del Estado Libre Asociado) ha destinado a universidades, investigación y proyectos conjuntos con la industria ascienden a miles de millones de euros. Lo cual explica los impresionantes resultados en empleo, calidad de vida y prestigio académico. En España, sin embargo, la derecha (y a veces también algunas izquierdas enloquecidas) desprecia lo que ignora, mientras vende meritocracia y liberalismo cuando su realidad incluye diplomas falsificados y un caciquismo de vía estrecha. Qué lástima.