Feliz Navidad, se dice. Siento ser un aguafiestas, pero, ¿de verdad han visto ustedes a la gente más feliz, amable y generosa (solidaria, se dice ahora, que es más moderno) por estas fechas? Muchas veces me he preguntado si ese ambiente artificial que se crea en torno a las navidades ha existido siempre, o el artificio es cada vez más evidente porque los años que pasan en nuestro calendario particular son también más evidentes. Todavía no sé muy bien si antes la gente vivía estos días más imbuídos de ese espíritu navideño, que consistía en poner una sonrisa boba en tu vida, que te convirtieses en un pasota de las tropelías y jugarretas que también se hacen justamente entonces, o en sentar a un berlanguiano pobre a tu mesa.

No sé si eso era verdad, o eran nuestros inocentes ojos los que veían esa alegría y esa "paz en la tierra a los hombres de buena voluntad". Y a su vez, los ojos de nuestros mayores viesen todo más o menos como lo vemos nosotros ahora. Igual no es ni lo uno ni lo otro, sino que la exageración de este consumismo desaforado que vivimos, nos hace sentir más este abismo entre las ilusiones infantiles perdidas y la vorágine del aprendiz de capitalista que el adulto de hoy lleva consigo.

Según publicó EL PERIODICO DE ARAGON, los niños españoles "manejan" un presupuesto navideño por encima de la media de los europeos. No es de extrañar, pues para empezar, los chicos de nuestra piel de toro tienen la suerte --y los progenitores, la desgracia-- de bisar la recepción de regalos, pues a la tradicional y mediterránea llegada de los Magos de Oriente, se ha sumado desde hace unos años la venida no ya tanto del europeo Papá Noel, sino del yankee Santa Claus, que --como en el caso del Halloween-- ya está entrando a formar parte de las festividades de nuestra chiquillería, cada vez más americanizada. Mira tú por dónde, los angelitos españoles, tan agudos ellos, recogen las cavilaciones históricas de los padres de la Iglesia que hasta el siglo IV conmemoraban la Navidad el 6 de enero, trasladándola al 25 de diciembre con el ánimo de cristianizar la fiesta pagana del solsticio de invierno que se celebraba en esa fecha en muchas religiones de culto solar.

PERO ADEMAS DE esa duplicidad de suerte, a nuestros chavales les sonríe también la fortuna, con sus padres, abuelos, tíos y demás familia, tan espléndidos ellos. A los cuales no les sonríe tanto la citada diosa, inmersos en el neocapitalismo competitivo de ver quién hace y recibe el regalo más fashion , todo nos parece poco, y entre lo que piden los zagales (y los mayores) y lo que donan estos últimos, el resultado es una auténtica orgía de dispendios, de estrés (porque no hay tiempo material para comprar tanto) y de estupidez (porque luego llegará la cuesta de enero).

ESA ESTUPIDEZ tan proverbial que nos impele a gastar y gastar, con también múltiples obsequios entre los adultos, que maldita la necesidad que tenemos de ese frasco de colonia. Esa estupidez que nos lleva a no comer ni cenar día alguno en casa, con tanta comida y cena entre amigos y compañeros de trabajo, con las consiguientes tripoteras y ojeras de llegar a casa a las tantas. Esa estupidez que nos lleva año tras año a compartir mesa y mantel con familiares a los que no vemos en todo el año, y que aprovechan la ocasión --Baco también colabora lo suyo-- para plantear añejas cuitas y reivindicaciones. Los médicos de urgencia saben muy bien la de cuadros de histerismos, crisis nerviosas, pero también hipertensivas, que se producen en esas noches "de paz y amor".

Y es que nos empeñamos en vivir lo material con regalos y banquetes y nos olvidamos de que, si es un mensaje de paz y solidaridad lo que se quiere transmitir, el niño Jesús nació pobre en un pesebre, pero nosotros, en vista de ello, lo celebramos comiendo y bebiendo como Gargantua y Pantagruel juntos. Pues esta fiesta de Navidad, o significa eso, paz y solidaridad, que es lo mismo que autenticidad y buen humor, o no significa nada. Es precisamente el poner el corazón en los dispendios lo que no solamente no consigue hacernos más felices, sino que nos hemos vuelto como zangolotinos y no valoramos ya lo que se nos regala en esos días, entonando soto voce bien a menudo nuestro particular y hastiado "ya lo tengo".

*Historiador y médico