Han pasado muchas cosas en nuestro país en poco más de 100 días y algunas muy importantes. Ha habido una sanción política a la corrupción que se plasmó en la moción de censura y el cambio de gobierno. Han entrado en la cárcel determinados personajes considerados intocables, lo cual reconcilia a la sociedad con el sistema jurídico-político. Sin embargo, creo que pocos se atreverán a decir que puede ocurrir en la política española en los próximos dos meses.

Quien siga de cerca los acontecimientos políticos diarios en nuestro país, los debates y las declaraciones de los distintos partidos, puede padecer episodios de ansiedad o como mínimo de confusión, asombro, estupefacción y, en última instancia, de cansancio. Se actúa a golpe de titular, apelando a cuestiones anecdóticas, muchas de carácter personal, poco trascendentes para la vida diaria de la ciudadanía y se obvian las importantes, las que requieren actuaciones duraderas en el tiempo para ver sus resultados.

El largo plazo es necesario e imprescindible para las actuaciones humanas de carácter socioeconómico. Planificado, el largo plazo señala el camino por el que debe discurrir la política cotidiana. A su vez, en un sistema democrático, con sectores sociales que tienen intereses divergentes, se requiere un cierto consenso para que haya continuidad en las políticas, más allá de la alternancia en el poder.

¿Qué razones pueden explicar los comportamientos miopes y cortoplacistas? En mi opinión, hay dos razones. Una primera que podríamos llamar de tipo ideológico o programático y una segunda derivada de la estructura sociopolítica. Con la primera me estoy refiriendo a la carencia de un modelo de sistema de organización social que oriente las políticas. La sensación es de que no caminamos hacia ningún lado, estamos quietos, en el mismo lugar. La derecha está cómoda en este estado. La izquierda, como mucho exhibe una bandera diferenciadora a partir de la idea de la igualdad. Se trata de un principio que, aunque tiene teóricos sólidos y reconocidos como John Rawls o Amartya Sen, se ha concretado en muy pocas actuaciones y algunas, además, muy discutibles acerca de su contenido realmente igualitario.

La segunda razón del cortoplacismo decíamos se deriva de cómo se organizan los intereses de la sociedad a través del sistema político. Es decir, cómo se organiza el sistema político. Observamos en este terreno una crisis importante y generalizada en numerosos países acerca de la representación política. Los partidos tradicionales, en muchos países, han dejado de ser lo que Gramsci llamaba «el intelectual colectivo orgánico», lugar donde se elaboraban unas políticas que luego la organización, una organización extensa e imbricada en la sociedad, difundía entre la ciudadanía y trataba de ganarla para su causa. Francia sería un caso paradigmático: un movimiento, el de Macron, que se organiza en unos meses, barre a dos partidos sólidos, de larga tradición y asentamiento. Ese movimiento, lógicamente, tiene la endeblez, o mucha más, de esos partidos tradicionales que sustituía: carencia de un modelo social y una organización asentada en la sociedad, no una mera máquina electoral.

Para el caso español actual, los modelos conservador y socialdemócrata no ofrecen unos referentes bastante precisos para estos tiempos. Son escasos los intentos serios, realistas, de profundizar en su concreción para la España del siglo XXI. Hay mucha retórica, muchos lugares comunes y mucho humo. Pero no hay conciencia de algunos problemas actuales que tienen una notable carga ideológica y no hay consenso para algunos a los que sí se los reconoce.

Por ejemplo, en mi opinión, no hay conciencia social ni política acerca del «suicidio demográfico» que estamos realizando, en no poner los remedios para la pérdida tan brutal y abrupta de población que vamos a experimentar en muy pocos años, tal como están actualmente la evolución vegetativa y la emigración, con profundas implicaciones socioeconómicas y políticas. Creo que tampoco existe conciencia acerca del volumen de deuda pública y lo que les estamos dejando a los jóvenes de hoy. Creo que hay conciencia pero no consenso, acerca de la educación y del problema del separatismo. De otros asuntos hay conciencia pero no hay interés: el Concordato. Para entendernos, parece que hay consenso: no se toca.

Sin programas consistentes y sólidos, y con una perspectiva de largo plazo de verdad, más allá de un mes, las actuaciones son meras improvisaciones. Si además las organizaciones son débiles y no están bien conectadas con la sociedad, esta se encuentra desarmada y sometida al bombardeo propagandístico que es lo que nos produce este estado de confusión y desasosiego. Somos víctimas de acontecimientos puntuales, amplificados y carentes de un interés ciudadano sustancial, que se suceden rápidamente mientras que no afrontamos los problemas reales que en algún momento van a golpearnos.H

*Universidad de Zaragoza