Hacer pronósticos sobre el futuro político es como predecir si lloverá dentro de tres años. Puedes hacer el ridículo, es el riesgo de opinar. Pero también cabe la posibilidad de encender un debate. Parto de un hecho: en los cuarenta años de democracia siempre ha ganado el centroderecha o el centroizquierda. Será difícil que cambie, somos un pueblo que huye de los extremismos.

Al PP le irá bien esta legislatura si la economía va bien. La frase del asesor de Clinton señala una certeza sólida como una piedra: «Es la economía, estúpido». En las últimas elecciones los votantes disculparon las evidencias de financiación ilegal, incluso el «sé fuerte», y apuntalaron a Rajoy. Ayudaron al triunfo las predicciones de las encuestas, que auguraban el «sorpasso» y un posible gobierno de Podemos. Tal vez por eso en los debates de investidura Rajoy trató con irónica condescendencia a Pablo Iglesias: había agitado a los lobos provocando un deslizamiento de los votantes hacia la derecha. Además, el presidente del gobierno comparte el objetivo de desgastar al PSOE, una fijación de los pablistas. Contribuye a la consolidación del PP el voto de buena parte de los jubilados, que aspira a la continuidad y huye de los experimentos con gasolina. El congreso de los populares fue una balsa de aceite porque habían conseguido la victoria electoral. «Cuando de ambición se trata, el éxito supone automáticamente virtud», dice un personaje de Pérez-Reverte. No hay contestación interna, pagan la corrupción los subalternos y el futuro, como digo, dependerá de la buena marcha económica. La obligación de pactar, el nuevo traje que estrenan los populares, produce la impresión de un partido flexible. Si el crecimiento y las exportaciones se mantienen el PP puede repetir gobierno. Incluso los jóvenes, los grandes perdedores de esta crisis, prefieren un trabajo precario y mal pagado a estar mascando su frustración en el sofá.

Ciudadanos irrumpió en la palestra política con la fuerza de la juventud, manteniendo una postura clara contra los secesionistas y con la prioridad de combatir la corrupción. Su postura socialdemócrata ha cambiado en el último congreso a liberal, una camisa más amplia en la que cabe todo.

Pese a perder casi 400.000 votos desde las elecciones anteriores, mantiene más de tres millones de votantes, una cifra importante dada la polarización del país. Su problema es que se encuentra entre los rodillos de los dos viejos partidos, que tienen raíces en todo el territorio nacional. A Albert Rivera le irá bien cuando al PSOE y al PP les vaya mal. Ha asumido con soltura el papel de partido bisagra, una postura difícil, porque pactar a derecha e izquierda lo llena de ambigüedades. Ahora es la conciencia del PP, y a los populares les molesta. Por eso ningunean a Ciudadanos y les recuerdan que en el menú solo había lentejas. Considero que en el futuro se mantendrá como una opción digna para los ciudadanos que se aparten de populares o socialistas, pero queda lejos de opciones de gobierno.

En tres años las circunstancias habrán cambiado tanto que las predicciones sonarán ridículas. Tendrán sentido si sirven para iniciar el debate. Si no le ha aburrido este parte del tiempo político de la derecha, al próximo artículo comentaré las tormentas de la izquierda.

*Escritor