La izquierda mexicana tenía puestas sus esperanzas en Andrés Manuel López Obrador. En el 2018 este politólogo y escritor de 63 años alcanzaba la presidencia de la república. Venía, dijo, a erradicar la corrupción, derrotar a los narcos y abrir el país a corrientes internacionales de democracia y solidaridad.

Apenas un año y pico después, Obrador no solo ha defraudado esas expectativas, sino invitado a evaluar su cordura.

Su último mensaje, animando a los mexicanos a no tomar medidas, sanitarias ni preventivas contra la pandemia, a desafiar el coronavirus en calles y plazas, a visitar mesones y cantinas, a no recluirse, a vivir como si nada pasara, es la declaración de un lunático.

Ya nos pareció a algunos que el cerebro de Obrador hacía aguas cuando acusó a los españoles (de los cuales desciende) de haber llevado a cabo un holocausto indígena, asesinando a millones de indios para robarles el oro, sin haber legado nada memorable a América (la Historia acredita que levantamos sus instituciones y patrimonios nacionales: ciudades, audiencias, catedrales, universidades…). Tampoco fue la decisión de un cabal gobernante la de liberar al hijo de un traficante, cuyos matones habían plantado cara a la Policía y al Ejército mexicano. Ni fue cuerda aquella opinión suya acusando a un «complot neoliberal» del asesinato de una niña mexicana a la que descuartizaron para robarle los órganos.

Pero esta última salida de madre de Obrador, difundiendo un vídeo en el que aparece sentado a una mesa cubierta de manjares, para, junto a una indígena con traje típico (¿símbolo del pueblo?) jalear a la ciudadanía a disfrutar de la vida, es la manifestación de un desequilibrado.

En su fantasía, Obrador está seguro de que sus gloriosos ancestros, invencibles civilizaciones (entre las cuales no cuenta la española), hacen a los mexicanos inmortales frente al virus. Semejantes e inconcebibles consejos, destinados a una población de 120 millones, para la que solo hay 4.000 camas de uci, concluye: «El presidente les va a decir cuándo hay que guardaos».

Guárdense, amigos de México, de semejante chalado.