Hablamos mucho de grandes gestos de heroísmo, de solidaridad, pero lo que hoy les traigo es una historia de miseria humana. Es la de R., mujer maltratada, con una hija de 9 años a su cargo, en paro, y que completa el salario de inserción que recibe con la limpieza de casas. Sin contrato, faltaría más. Uno de los sitios que limpia es un despacho de abogados. Solo va una hora a la semana, para hacer lo más sucio. En total, en ese sitio tan respetable (no voy a decir quiénes son, aunque lo sé) le pagan 40 euros al mes. El martes de la semana pasada, que le tocaba ir, cogió el autobús y se presentó en el despacho. Puntual, como siempre. Llamó al timbre y nadie le abrió. Volvió a llamar. Nadie. Era evidente que habían cerrado siguiendo las órdenes del Gobierno, pero a R. nadie le avisó. A lo mejor porque ni siquiera se acordaron de ella, de tan insignificante que les debe parecer. Además, le dejaron a deber 20 euros, que como ella dice, «para otros no serán nada, pero para mí son un mundo».

Estos mismos abogados, cuando llega la Navidad y el día de limpieza cae en festivo, se lo descuentan. Ella, R., no quiere que se sepa su caso, porque a lo mejor ellos se enteran y la dejan sin trabajo. Y en su situación, esos 40 euros al mes son la diferencia entre que su hijo coma bien la última semana del mes, o que cene todos los días sopa de sobre y patatas. A los héroes ya les estamos reconociendo su tarea cada día de todas las formas posibles. Hoy me pregunto quién habla de los miserables. De los que cometen pequeñas mezquindades que suelen quedar sin castigo. Y sobre todo me pregunto si el karma, Dios, el destino o como prefieran llamarlo, les pasará factura por ello algún día.

*Periodista