El neoliberalismo es, ante todo, una cultura del miedo, del sufrimiento y la muerte para la gran mayoría. Por ello, casi todos estamos acongojados. Jóvenes, adultos y jubilados. Hombres y mujeres. Españoles e inmigrantes. A los miedos que siempre nos acompañaron, como el terrorismo, la gripe aviar, el calentamiento climático, ahora se incorpora el provocado por la crisis económica, cuyo final no se vislumbra, ya que según los pronósticos de los medios de comunicación, lo peor está por llegar. Uno de los mayores miedos es el de estar sin trabajo y por lo tanto no ser capaz de sobrevivir. O no tener en el futuro una pensión.

El miedo encoge, anestesia, crea una sociedad conformista, que impide la irrupción de un movimiento colectivo para defender los derechos pisoteados. Al ir cada cual a lo suyo, se extiende una pandemia de individualismo, insolidaridad y egoísmo. La norma imperante es "sálvese quien pueda". Naturalmente también hay acciones solidarias. Según Jean Delumeau en El miedo en occidente, hasta la Revolución Francesa sentir miedo era una indignidad. Montaigne lo asignaba a las gentes humildes e ignorantes, era una debilidad que no correspondía a los héroes y los caballeros. En cambio, hoy no es una vergüenza sentirlo ni manifestarlo. Una sociedad sin valientes es una sociedad impedida para cumplir su destino y presta a la disgregación. Para que cambie la situación, el miedo deben tenerlo las clases dominantes. Ha sido una constante histórica. Para Josep Fontana. "Las clases dominantes han vivido siempre con fantasmas: los jacobinos, los carbonarios, los masones, los anarquistas, los comunistas. Eran amenazas fantasmales, pero los miedos eran reales. Con esos miedos los trabajadores obtuvieron de los gobiernos concesiones, y así mantuvieron el orden social. Bismarck fue el primero en introducir los seguros sociales en Europa para combatir al socialismo. Tras la II Guerra Mundial el miedo al comunismo de la Europa oriental propició que en occidente se implantase el Estado del bienestar. Con ingenuidad interiorizamos que el progreso iniciado con la Ilustración y la Revolución francesa sería sempiterno. Craso error. Arrumbado el comunismo, los poderosos hoy, ¿a quién temen? Esto tiene que cambiar. ¿Cómo?

La sociedad tiene que seguir manteniendo e intensificando la presión con las diferentes mareas; los movimientos huelguísticos en el mundo del trabajo y estudiantil; o los Stop desahucios, etc. La presión de la calle está surtiendo efecto. Están nerviosas las clases dominantes, por ello el proyecto de Ley de Seguridad Ciudadana para reprimir las protestas. Como señala Eric Hobsbawm "las marchas callejeras son votos con los pies que equivalen a los votos que depositamos en las urnas con las manos". Y es así, porque los que se manifiestan eligen una opción, protestan contra algo y proponen alternativas. La historia nos enseña que si en las sociedades no se produjeran estas oleadas de movilización por causas justas no habría democratización, es decir, no habría la presión necesaria para hacer efectivos derechos reconocidos constitucionalmente, ni la fuerza e imaginación para crear otros nuevos". Esto les resulta difícil de entender a nuestros gobernantes. Con frecuencia, las sociedades se incomodan con los movimientos y los consideran peligrosos y nocivos. Luego, cuando triunfan, reconocen sus bondades e integran sus conquistas a la institucionalidad vigente. Ardua tarea, a veces se necesitan siglos para alcanzar algunos derechos: jornada laboral de 8 horas, descanso dominical, sufragio universal, igualdad entre hombre mujer. En definitiva, con movilizaciones se han civilizado y avanzado las sociedades modernas y democráticas. Los momentos más creativos de la democracia rara vez surgieron en los parlamentos.

Hay que armar frentes populares de todas las izquierdas, compuestos por movimientos sociales o vecinales, ONG, universidades, sindicatos, partidos políticos y con un programa democrático. La obligación moral de las izquierdas es ser portadoras para la gran mayoría frente a la cultura neoliberal, la cultura de la esperanza, la felicidad y la vida. Si las izquierdas no son capaces de detectar el sentir de la calle, pueden sucumbir o acabar en el museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce.

Por último, como señalan Lourdes Benería y Carmen Sarasúa, según la Corte Penal Internacional, crimen contra la humanidad es "cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quien los sufre, cometido como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil". Situaciones como las que ha generado la crisis económica han hecho que se empiece a hablar de crímenes económicos contra la humanidad. Actualmente a los responsables de las políticas de ajuste, como por ejemplo el retrasar mamografías, se les podría inculpar en un futuro del delito de crímenes contra la humanidad, porque esas políticas producen daños gravísimos directos y también indirectos a grandes masas de población, que se conocen de antemano y a pesar de ello los ejecutan con premeditación y además para beneficio de una minoría. Así las clases dominantes comenzarán a sentir miedo. Seguro.

Profesor de instituto