Es costumbre mía, ya de hace muchos años, estar al corriente de lo que sucede en el mundo, en lo político, en lo social y en lo económico. Siempre he creído que con esos conocimientos me permitiría saber mejor dónde me había tocado vivir, qué opinión me producían las diferentes decisiones y acciones que se originaban y cómo concordaban con mi forma de pensar sobre ellas.

Debo confesar que algo antes de esta pandemia empecé a pensar que el mundo estaba cambiando, y no precisamente en el concepto natural de evolución. Los movimientos políticos se derivaban hacia sociedades aislacionistas que confundían los términos ambición con egoísmo, que ocultaban sus rasgos más personales por miedo a parecer débiles.

Me daba la sensación de que nos encontrábamos ante una negación a nuestra propia capacidad y responsabilidad de asumir retos inherentes. Asimilábamos que el yo acuso era la fórmula menos comprometida para cada uno de nosotros.

Observaba cómo entendíamos el papel de algunos congéneres nuestros, que por un tema puramente estético: ser negro, homosexual o discapacitado no podían ser comparativamente como nosotros. Y algo que no llegué a comprender, en este tiempo de reflexión, era cómo tratábamos a aquellos que, solo por el hecho de continuar viviendo, salen de sus países para ir a algún lugar desconocido y a lo que sin el menor rubor denominamos lo nuestro. Entonces me recordaba a nosotros mismos fotografiados en la canción de Labordeta : Todos repiten lo mismo , que decía: «Si en algún camino encuentras/gente con la casa a cuestas/no les hables de tu tierra/que te mirarán con rabia./Con rabia en la voz y el viento,/con rabia en sus palabras,/con la rabia que produce/abandonar lo que se ama». Y ahí me di cuenta de que no comprendíamos el significado de la palabra congénere, ya que en muchas ocasiones nuestros propios semejantes se ven obligados a salir de sus países a causa la miseria por la explotación hacia ellos.

Me paraba a intentar entender, ¿qué existe en el trasfondo de los líderes Trump ? Porque no solo hay uno. Se ha producido una especie de explosión parapetada a la espera de su momento, y lo triste es que han entendido que ese ya ha llegado y suben al trono dorado aupados por las promesas a los más miserables, que necesitan creer que habrá un mundo mejor para ellos. Y tal es el tamaño de lo prometido que incluso han quitado funciones por objetivo a las propias iglesias, eso sí, lo han hecho con modelo siglo XXI, low cost , sin necesidad de templos. Es la nueva imagen del poder.

La tristeza que siento es que todo esto sucede en base a nuestra dejadez, a la irresponsabilidad del que debe ocuparse de solucionarlo.

Estamos en el tiempo del individualismo aislacionista en el que las reivindicaciones, hacia cambios que hagan avanzar las sociedades, se ven impedidas por ese miedo a perder la posición; se detesta el feminismo como si fuese la eliminación del hombre, cuando no pretende otro horizonte que hacer de la igualdad una manera de comprometernos todos. Me he dado cuenta de que no terminamos de admitir lo que hemos hecho legal (el movimiento LGTBI, por ejemplo), como parte incorporada a nosotros mismos. Nos aferramos a hacer corralitos de grupos que, por diferentes, no los tenemos en cuenta. Y llegará un día en el que una fotografía aérea nos muestre que vivimos en una sociedad llena de corralitos y que fuera de ellos no hay nadie, ni siquiera los Trump.

Creo que llegó el momento de despertar y de entender el concepto de la complementariedad. Debemos darnos cuenta de que nuestros rechazos restan y que cada vez somos más débiles. Vamos por un camino de soledad que nada nos aporta.

Cuando, informándome de todo esto, llego a visualizar el panorama societario en el que vivimos siento una inmensa tristeza, porque ¿dónde queda el desarrollo y aprovechamiento de nuestras capacidades? ¿Llegará el momento en que lo que denominamos inteligencia solo quede en las máquinas?, y entonces: ¿qué papel jugaremos en esa sociedad?

No me gustaría que esta forma de sociedad continuase por este camino. Creo firmemente en nuestras posibilidades y debemos esforzarnos por hacerlas realidad, de lo contrario es posible que no tengamos tiempo para arrepentirnos y necesitemos lo que no tenemos: suficientes momentos para llevar a cabo este humano reto. Como expresa Miguel Hernández en su poema El herido : «Necesito más vidas. La que contengo es poca para el gran cometido» . Es necesario hacer posible que podamos vivir nuestras propias vidas, lo contrario es un regalo al miedo.