Estos días ha habido dos noticias que son claramente representativas de la deriva contraria a la libertad de expresión que vivimos. Por un lado se juzga a Willy Toledo por «ofender el sentimiento religioso» (sí, se llama así el delito y no estamos en Arabia Saudí) y por otro las intenciones del gobierno de incluir en el código penal la apología del franquismo. Estos casos se suman a muchos anteriores que me parecen una aberración: twiteros procesados por hacer chistes sobre el vuelo de Carrero Blanco, personas juzgadas por hacer homenajes a presos que salen de la cárcel, el juicio a Javier Krahe por cocinar un Cristo, indepes procesados por injurias a la bandera o al Rey, o cerrar un campo de fútbol porque los hinchas de un equipo llamaran nazi a un nazi. Pero también personas apedreando un autobús que decía los niños tienen pene y las niñas vulva, o la prohibición de la presentación del libro de Cristina Segui en el Teatro Principal. Pareciéndome mal cualquier impedimento a la libertad de expresión, hay que reconocer que las afirmaciones que ofenden a Dios, el orden y la ley, Viva la Patria y Rey, son las que suelen acabar juzgadas y las que ofenden al otro lado en el peor de los casos con el autobús en el chapista. Decían los sofistas que si todas las personas hiciéramos una montaña con todo aquello que cada uno consideramos conveniente y después dejásemos que cada persona quitase de la montaña aquello que no considerase adecuado, muy probablemente no quedaría nada de la montaña. Si hiciésemos el mismo ejercicio con todo aquello sobre lo que podemos hablar, hacer apología, o bromear y luego cada uno retirase aquello que le molestase, seguramente no tendríamos una montaña sino una planicie. En estos tiempos de pieles finas y ofendiditos varios, de uno y otro signo, deberíamos recordar que en una sociedad abierta y democrática debe primar la posibilidad del derecho a ofender sobre el derecho a no ser ofendido porque si no ¿Quién va a decidir qué se puede y qué no se puede decir?

A mí me gustaría vivir en un país en el que nadie quisiera homenajear al asesino de Yoyes o de Giménez Abad, también en un país en el que Ortega Smith no difamara, insultara o justificara el asesinato de las Trece Rosas, pero sobre todo en un país en el que aquellos que dicen cosas que me molestan a mí o a otro (con el límite de la calumnia) puedan expresarse libremente.

*Profesor y economista