Estados Unidos era una sociedad blindada que se creía invulnerable. Sólo hasta el 11 de septiembre. Ese día, George W. Bush y Osama Bin Laden, sin saberlo, se hicieron socios en la quiebra de muchos derechos democráticos. Hoy día, el político más ultraconservador que ha ocupado la presidencia del país más poderoso de la tierra ha descubierto que el miedo entrega la voluntad de sus ciudadanos y le permite materializar el sueño integrista que le encargo un día el dios que le apartó de la bebida. Todos se callan, no vaya a ser que de verdad venga el lobo. Se disparan las alarmas en códigos de colores; ahora estamos en código naranja. Y se agota el agua mineral en los supermercados más opulentos de la tierra, mientras las líneas aéreas comprueban que Alí Mohamed no es un terrorista sino un niño chino de cuatro años, al que bajan de un avión de Air France, mientras las autoridades de todo el mundo sufren la humillación de la supervisión de los servicios de seguridad más sofisticados. Los que fueron incapaces de detectar que Mohamed Atta, cuando apuntaba su avión de juguete, en el ordenador donde aprendió a volar, contra un edificio de cien pisos, estaba preparando la masacre del 11 de septiembre. Ahora nos obligan a que nos quitemos los zapatos en los aeropuertos de un país donde hay treinta millones de armas en la calle, sin control.

El miedo se constituye en la mejor coartada para que las excavadoras de Ariel Sharon, sigan derribando chabolas y viviendas en la Franja de Gaza para consumar su limpieza étnica, mientras Bush y los inversores en industrias militares aplauden con la subida de Wall Street.

El miedo hace que el ejército norteamericano se empantane en Irak, porque ahora que no hay servicio militar obligatorio en Norteamérica, los que mueren son los hijos de los negros y los chicanos. El miedo permite que en Guantánamo sigan los sospechosos con los pies y las manos esposados veinticinco horas al día, sin fecha de juicio, sin abogado y sin esperanza. El miedo dispara la venta de armas en los supermercados norteamericanos y llena las penitenciarias de jóvenes enterrados de por vida. El miedo carga las sillas eléctricas para que en Texas se pueda seguir ejecutando a adolescentes subnormales. El miedo permite casi todo, incluso que Aznar sea uno de los mejores amigos políticos de George W. Bush y a nosotros no nos extrañe nada.