Hay días en los que sería mejor no levantarse. Frase socorrida. Dicha a la ligera, muchas veces. De manera transitoria. Lo grave es cuando esos días se convierten en semanas, las semanas en meses y los meses en años y, aún con esas, hay que levantarse, armarse de valor, salir a la calle y sumarse a la vida. Pero aquí estamos: viéndolas venir y con el agua al cuello. Esta es la sensación que me abruma esta semana. Negra semana. Al principio creí que se trataba solo de una simple tortícolis, pero no. La cosa iba a más: el cuerpo entero en tensión, acalambrado. Y unas ganas inmensas de no ver, de no oír, no pensar, no procesar. Cerrar los ojos y dejarlo todo afuera, lejos, imperceptible, invisible, quieto. Esos eran los síntomas. Enseguida di con el diagnóstico: miedo, pánico, canguelo. Y un tremendo hartazgo y un eterno cansancio. ¿Las causas? La política y los políticos, el partidismo, los personalismos, la incapacidad de unos y otros, la zafiedad parlamentaria, la izquierda contra la izquierda y la derecha abanicándose. ¿Más? Sí, más: la falta de respeto a quienes cumplimos con nuestro deber votando en abril, para que ahora nos suspendan en julio, nos obliguen a volver en septiembre y amenacen con hacernos repetidores en noviembre. ¿Pero a qué están jugando esos niñatos? Y por si algo faltara, ahí están Boris Johnson y Donald Trump, el brexit, las predicciones de Mario Draghi, la reaparición de la pena de muerte en EEUU, los récords de calor históricos, el intento de cargarse Madrid Central, el reguetón, los realities de la tele… ¡Que paren el mundo, que me apeo! H *Actor