En la mayoría de los pueblos del interior de España es frecuente escuchar con frecuencia las campanas que tocan a funeral. Con la población más envejecida del mundo y la segunda en esperanza de vida, España se dirige hacia el colapso demográfico sin remedio. Hace ya dos años que mueren más personas de las que nacen, y hace tiempo que en miles de pueblos españoles no viene al mundo un solo niño. El problema es tremendo y, hasta ahora, ninguna administración ha decidido tomar medidas eficaces para paliar una sangría que supone la ruina del país a medio plazo.

Con 2,28 personas empleadas por cada pensionista, y la relación sigue cayendo año a año, llegará un momento, quizás hacia 2040, en el cual habrá un trabajador cotizante por cada pensionista. Vistos los cuadros y balances demográficos que están elaborando diversos centros como el Instituto de Investigación y Desarrollo Rural Serranía Celtibérica, asusta comprobar que en España, sobre todo en la Serranía Celtibérica (Soria, Teruel, sur de Zaragoza, sur de Burgos, norte de Guadalajara, Cuenca) la densidad de población está por debajo de los 8 habitantes por kilómetro cuadrado, lo que convierte a extensas áreas en verdaderos desiertos.

Lejos de afrontar este problema, el gran problema estructural de este país, la casta política anda estos días repartiéndose los sillones del futuro gobierno de Andalucía (PP y Cs), tocando el piano y el órgano (Carles Puigdemont y Teodoro García), de vacaciones gratis total en Lanzarote (Pedro Sánchez) o debatiendo sobre temas de violencia de género, como hacen de manera tan insensata los de Vox.

Y así seguimos, mes tras mes, año tras año, mirando solo el corto plazo político, y el interés particular de unos pocos.

Unos y otros enarbolan elección tras elección la bandera de la «regeneración», como un mantra atávico y repetitivo, pero nadie, ni los de la vieja política ni los emergentes, plantean propuestas ilusionantes de futuro.

Tal vez por eso un tipo como Santiago Abascal, que lleva toda la vida viviendo de las mamandurrias de la política y cuyo mensaje se basa en media docena de tópicos rancios y oportunistas, está alcanzando una relevancia que en un país educado, serio y responsable no le correspondería.

Mientras el egoísmo de la clase política se imponga sobre el sentido común y sobre el interés general, a este tipo de políticos les irá bien. Aunque muchos, con el tiempo, se arrepientan de haber contribuido a engordar a la bestia. Pero entonces, a lo mejor es ya demasiado tarde.

*Escritor e historiador