Al parecer el problema fundamental de muchos de nuestros negocios hosteleros es la mierda. Ya hemos recorrido dos temporadas con Pesadilla en la cocina (La Sexta) de la mano de Alberto Chicote para detectar que las bodegas y fogones de los restaurantes son en realidad almacenes químicos deletéreos. Pura mierda.

¿Cómo es posible que no existan suficientes inspectores, que detecten esas bombas atómicas larvadas? El pasado lunes, Chicote visitó un garito llamado La Masía que, tras su aparente encanto, escondía toneladas de mierda. ¿Nunca fue visitado por alguien de Sanidad?

Uno se asombra de que no nos pase nada. Hay que invitar a las empresas de restauración a derribar los tabiques de ladrillo e instalar paredes de vidrio, que con espíritu japonés, nos inviten a participar visualmente de la elaboración de nuestras cenas.

¿Somos limpios los españoles? Cuentan que nos duchamos una vez al día, cosa que otros pueblos europeos miran con curiosidad. Pero ese carácter higiénico no ha llegado a muchos restaurantes, que son el vivero de nuevas especies de insectos. Un paraíso para los entomólogos, vamos. Frank de la selva, que ha iniciado sus nuevas aventuras, se aterrorizaría en esas cocinas dominadas por los bichos asesinos.

¿No hay cocinas limpias?, me dirá un lector inquieto. Casi todas; por fortuna. Pero lo que llama la atención en la tele es el defecto, la anomalía. Peor lo tiene Chicote que cada semana tiene que meter los brazos en la mierda.