En este mundo que creemos nuestro cuando nada de lo que tenemos deja de ser un préstamo, no hay una sola población educada que sea pobre ni tampoco hay una población con deficiencias educativas que pueda salir de la pobreza, sin antes remediarlas. Por eso es tan importante que el sueño de la enseñanza esté al alcance y al servicio de todo ser humano.

El desequilibrio mundial en el reparto de la riqueza tiene una de sus causas principales en el desequilibrio de medios educativos. Según la Unesco, la quinta parte más rica del mundo, compuesta por unos veinte Estados que representan el 21% de la población, dispone de cincuenta veces más medios educativos por habitante que la quinta parte más pobre.

Esa abismal diferencia explica casi todo. La enseñanza siempre será la clave del progreso y éste dependerá también siempre, de lo que sepamos y seamos capaces de transmitir a quienes nos deban sustituir (a ser posible sin empujar), en este periplo que es la vida humana.

El viejo de la tribu amazónica que va repitiendo a los niños, día tras día y a fuerza de salmodiar, todo lo que cabe que aprendan de sus mayores, cual es el propio e incierto territorio, sus recursos, el arte de la guerra y el aún más difícil arte de la paz, los de la caza y la pesca, qué plantas ayudan a recuperar la salud y tantas otras cosas elementales e imprescindibles, expresa admirablemente lo que la tribu puede saber dentro de los estrechos linderos de la tradición oral y lo que tristemente no sabrá nunca, encerrada como está, en un punto a del cosmos que les ignora y al que a su vez, desconocen.

Todas estas cosas me vienen a la cabeza, cuando trato de escribir este artículo sobre lo que representa la Fundación diocesana de San Valero, ahora que acaba de cumplir sus primeros cincuenta años y Dios quiera que cumpla en provecho de todos, muchos más. ¿Qué significa eso que llamo "el milagro" de San Valero? Pues, un milagro de la voluntad, un intento sostenido a través de ese tiempo y a pesar de las dificultades en ocasiones inmensas, que aquella primaria escuela de formación profesional afronta sin desanimarse y caminando.

Esa Escuela que bien merece mayúscula, empezó financiándose sin más ayudas que unas mínimas cuotas, algunos auxilios arzobispales y pequeños donativos empresariales, en dinero y en especie. En aquella pobre España de hace cincuenta años, la vida era difícil para casi todos. Casualmente, leí el otro día, un diálogo sucinto entre dos jóvenes de entonces: "si esto sigue así, tendremos que pedir limosna pero ¿a quién?".

En semejante tiempo, resultó decisiva para la subsistencia de la escuela la idea de Angel Jalón, aquel formidable retratista de la calle Alfonso, que negoció en la base americana de Zaragoza que estaba construyéndose, la cesión gratuita de los sacos de cemento, vacíos naturalmente, empleados en la obra. Aunque suene ahora, a "batallita", fue una ayuda modesta para quien la daba pero un eficacísimo miniplan Marshall, que contribuyó "al milagro". Cuando hay buena voluntad, ¡qué útiles resultan las cosas más peregrinas! De aquella mínima escuela en la calle Unceta y luego en la de Juan XXIII de las Delicias, se pasó en su día, a unas magníficas instalaciones que costaron sangre, sudor, trabajo y algunas lágrimas, pero la obra queda.

Sería injusto olvidar que encima, la Fundación San Valero "cruzó el charco" y desarrolla una labor social gigantesca, en un barrio de la ciudad de Santo Domingo que necesita más que perentoriamente, aprender a vivir del propio esfuerzo para lo cual es indispensable, que la juventud de ese barrio inmenso en un país donde las diferencias sociales son abrumadoras, aprenda eso que antes se llamaba "un oficio" y que ahora sería más adecuado llamarle formación humana con especialidad profesional.

En este caso, los "americanos" somos nosotros porque el Gobierno de Aragón y otras Administraciones públicas supongo que con cargo presupuestario al 0,7 %, respaldan ejemplarmente una empresa que enorgullece a cuantos vivimos en esta tierra. Si no se es solidario, se deja de ser humano.

Además de tan hermosa aventura transatlántica se está abordando aquí, el ambicioso intento de crear la Universidad San Jorge que será privada pero no elitista y a la que nadie debe temer sino ayudar o al menos, no objetar. ¿Qué podría haber de malo en una obra de ese estilo, que sea privada? Como se lee en El Quijote, "las obras que se hacen declara la voluntad que tiene el que las hace" y en este caso, no es otra que la de seguir sirviendo.