No saben cómo la han salvado ni con qué porque, a la desesperada, los médicos trataron a Teresa Romero con una mezcla de plasma sanguíneo de una convaleciente y antivirales que solo se habían ensayado antes en ratones. Los seis médicos que han curado el primer contagio de ébola en España son auténticas eminencias en enfermedades tropicales y, pese a su buen hacer científico y profesional, cuatro son eventuales, de los que pueden encadenar hasta doce contratos al año; esto es, su seguridad laboral solo se garantiza mes a mes. Bueno, pues no solo han salvado a Teresa sino que lograron frenar la psicosis de posible epidemia que una ministra nefasta y un consejero frívolo hasta el insulto propagaron en pocas horas al acusar a la auxiliar, moribunda en ese momento, de mentir y de ocultar el contagio para relacionarse sin control con cientos de opositores, vecinos, peluqueras, tenderos y médicos. Los intentos del consejero Rodríguez de criminalizar a la auxiliar contagiada respondían a una estrategia perversa, porque en el temido caso de que el contagio se hubiera extendido solo había que acusarla de un delito contra la salud pública, y aquí paz y después gloria. La propia Teresa se autodefinió ayer como "milagro", como otro feliz resultado de la extraordinaria sanidad pública española, la mejor del mundo, dijo. Si lo sabrá ella que se ofreció voluntaria para cuidar de dos misioneros y ha servido de cobaya para avanzar en un descubrimiento médico que puede frenar una nueva y terrible pandemia. Periodista