En estos últimos años hemos tenido pocas oportunidades de presenciar acuerdos en la política española. Esta semana, en el minuto de descuento de esta legislatura hemos vivido algo insólito. El Congreso de los Diputados ha aprobado por unanimidad la ley que mejora las pensiones de los huérfanos de la violencia de género. Se han aceptado las enmiendas del Senado. Todos los partidos se han puesto de acuerdo para que entre en vigor en breve una subida de los 140 euros actuales a 600 en el caso de que la madre no haya cotizado o no cumpliera los requisitos mínimos. El acuerdo permite además hacer que estas subidas tengan carácter retroactivo desde 2004, fecha en la que se aprobó la ley integral de violencia de género.

Los menores que recibirán estas pensiones se encuentran en una situación muy complicada: una madre asesinada por un padre que después se suicida o que acaba en la cárcel. Hablamos de ocho críos en lo que va de año y de 39 en 2018. Desde el año 2013, 230 huérfanos. Era, por tanto, inapelable el pacto político más allá de las diferencias.

Hace unos meses conocí a David. Acababa de poner el contador de su vida a cero tras pasar la peor experiencia posible. Aquella mirada indicaba que nunca será un recuerdo lejano. Su hermana fue asesinada por su marido delante de la niña de ambos de solo 3 años. El asesino hizo pasar el crimen por un suicidio pero una increíble y eficaz investigación policial permitió desmontar la mentira, mandarle a la cárcel y también recuperar a su sobrina.

Se quedó con David y su pareja tras un largo camino burocrático. Cuando lo consiguieron les comunicaron que si además de la patria potestad asumían la adopción de la pequeña, perderían la pensión. La niña seguía siendo huérfana. Pero la normativa la penalizaba.

Es fácil entender que David y su familia sientan que han tenido que hacer la dura travesía en soledad. No hablamos solo de recomponer su propia vida ya que no tenían hijos. De intentar curar el dolor que provoca la muerte de alguien tan cercano en esas circunstancias. No hablamos solo de intentar hacer olvidar a su sobrina que presenció con tres años el asesinato. De cómo intentar borrar el horror de aquella tarde en la que se hizo de noche. Hablamos también del día a día. De afrontar el coste de unos abogados que quieren impedir al asesino hacerse con bienes que no le corresponden. Hablamos de pagar facturas o de comprar zapatillas de deporte. De pagar el alquiler. De cubrir las necesidades básicas.

Para David, su familia y otras tantas queda mucho aún por hacer. Pero nuestro país hoy es un poco mejor. Y ha sido gracias al esfuerzo de mujeres como Soledad Cazorla y también a un acuerdo vital y necesario.

*Periodista