La ministra Magdalena Alvarez, de Fomento, no ha dimitido, y esto es noticia, o debería serlo.

La ministra de las nevadas y de las filas de coches atrapados en los puertos, en vez de poner su cargo a disposición, ha querido, en la línea del jefe Zapatero, dialogar, debatir, justificarse y, en última instancia, al no haber más remedio, pedir disculpas con la boca pequeña y aprestarse a enmendar lo ya errado. Pero incluso todo eso lo ha hecho fatal, la pobre.

Y por eso mismo, en consecuencia, de la portada de Vogue ha transcurrido doña Magdalena a las tapas de sucesos, que es por donde se cuela todavía el rebullicio de la España en sepia, la precaria, la eterna, la del servicio malo, de la improvisación peor, de la chapuza y la ñapa. Por ese agujero o fontanería del país ibero se ven aún los quitanieves remontando a desmano los arcenes repletos de viajeros perdidos, ateridos, desorientados por la hipotermia y el cabreo patrio. Automovilistas, según la ministra, que es una andaluza sin gracejo, sin arte, desaboría, imprudentes, aventureros y de poco escuchar el parte del telediario. Fíjense que se les ocurre salir a la autopista sin cadenas, sin hornillo, con la batería del móvil a punto de acabarse, sin las cerillas, el manual de supervivencia, la cantimplora, las chirucas, las polainas, el cortaplumas, el plumífero o la tienda de campaña, por si hay que acampar al relente de la paramera castellana, siberiana. Y claro, así, con tal público, frente a ese español medio, no hay quien luego solucione nada.

Uno se pregunta cómo serán los ministros, las ministras de Fomento de Finlandia, de Noruega, de Suecia, de esos países donde nieva durante seis meses al año sin que la televisión tenga que emitir imágenes como las de nuestros congelados usuarios de Castilla--León. Tal vez esos políticos nórdicos que deben velar por el buen funcionamiento del tráfico, de las máquinas quitanieves, sean superdotados, individuos de coeficiente superior, capaces, incluso, de organizar un operativo de tráfico en fechas puntas, como la blanca Navidad. Habría que enviar a la ministra Alvarez a la Europa del Norte, para un curso de previsión de riesgos, y que se quede allí algún tiempo.

Haciendo un poco de historia hubo, es verdad, en este comportamiento político, otro precedente, igualmente lastimoso, y cuyo desliz tampoco concluyó en dimisión: Francisco Alvarez Cascos también culpó a los automovilistas de alegría e imprevisión al afrontar en carretera las nevadas de 1997. Cascos era él, en fin, personal e intransferible, y todos habíamos pensado, esperado, que con la extinción de su estrella política se extinguirían asimismo esos interpretativos usos del poder, su infalibilidad, su omnisciente doctrina. Pero no ha sido así, porque las ministras Vogue nos dan más de lo mismo.

Pero la trampa de la nieve no sólo se cernió sobre la comunidad castellana. Aragón resultó afectado en la cuenca del Jalón, al paso de esa autovía de Madrid que nos hizo Borrell. Superados los efectos de su inauguración y puesta en marcha, es difícil encontrar hoy otro eje carretero peor hecho. Más peligroso.

*Escritor y periodista