Imponer que la mitad de los ministros de un gobierno sean mujeres es tan irracional como decretar que cada cincuenta ministros haya que nombrar a un ministro catalán o andaluz, en atención a la población, o que cada cien ministros se deba designar a un discapacitado físico, porque también es discriminatorio que no haya nunca un ministro cojo, o sordo.

A mí me da igual que las ministras sean el cincuenta por ciento, o el veinticinco por ciento, o el noventa por ciento, siempre y cuando las ministras sean capaces para el cargo. Lo que me descorazona es la discriminación en todas sus formas, y esta de la cuota es una discriminación evidente, aunque en Estados Unidos, aplicada a los negros, se le denomine discriminación positiva, que es algo así como "el dolor placentero" o "el crecimiento negativo" del que hablan los distintos economistas cuando existen pérdidas.

Que una mujer capaz e inteligente no pueda acceder al gobierno, porque ya esté ocupada esa mitad de los puestos asignados a las mujeres es tan descabellado como que una mujer de dudosa preparación sea nombrada en lugar de un hombre capaz por las razones del porcentaje. En lugar de que sea nuestra inteligencia y nuestro raciocinio el que establezca los criterios, dejamos que el porcentaje nos evite la búsqueda de la excelencia, o sea, en primer tiempo de saludo ante el sagrado porcentaje.

Luisa Fernanda Rudi y Esperanza Aguirre presidieron por vez primera en la historia de nuestro país las cámaras parlamentarias sin necesidad de cuota. Sería absurdo que, por razones de porcentaje, no pudiera ya presidir ahora el Congreso de los Diputados una mujer, o, en la próxima legislatura, no lo pudiera hacer un hombre.

Acabar con la discriminación a golpe discriminatorio es un procedimiento peligroso, porque cualquier día se van a levantar los filatélicos, o los culés, o los vinateros reclamando un asiento en el Consejo de Ministros. Por razones de cuota.