Si tratamos cada situación como una cuestión de vida o muerte, moriremos muchas veces. Es una frase de Dean Smith, el entrenador norteamericano de baloncesto que descubrió a Michael Jordan. Los humanos tendemos al tremendismo. Nos gusta exagerar los aspectos alarmantes de todo. La paradoja de esto es que relativizamos lo fundamental. Clasificamos lo alarmante, lo urgente y lo importante, por este orden. Si solucionamos lo urgente somos eficaces y si arreglamos lo importante somos inteligentes o hábiles. Pero si intervenimos en lo alarmante, somos noticia. En esto se basa la audiencia de los medios y la influencia en redes sociales. Somos tremendistas hasta para no serlo. Si huimos del alarmismo seremos considerados como fríos, distantes y asociales. No hay espacio para un escepticismo racional con sentimientos. Tanta atención a lo llamativo retarda las respuestas psicológicas del organismo. La tensión cotidiana genera una reacción de alarma estresante. Pero como priorizamos salvar el pellejo, el desgaste queda latente hasta que pasa el peligro. Surge entonces un trastorno, en diferido, sobre hechos que nos preocuparon y ocuparon hace tiempo. Lo vemos en personas que expresan duelo tardío sobre pérdidas que parecían haber superado. Lo muestran pacientes que han vivido experiencias traumáticas y que, varios meses más tarde, protagonizan un trastorno por estrés postraumático (TEPT). Debemos estar atentos en el futuro, para conocer y afrontar las afecciones psicológicas que puedan surgir tras esta pandemia. Y no solo en la población sanitaria. Todos hemos vivido un cambio de vida, relaciones y socialización. Pero como nuestra atención y esfuerzo se han centrado en sobrevivir al virus, la respuesta de estrés podría aflorar con la vuelta de la nueva normalidad. Se podría mezclar, además, con otros componentes altamente inflamables, como la falta de ingresos, el desempleo y la precariedad laboral. No confundamos problemas psicológicos y económicos. La culpabilidad acecha a las personas para disimular una crisis social con trastornos individuales. No es lo mismo. Es importante el apoyo de la psicología a personas en dificultades para mejorar, con herramientas cognitivas, su capacidad de respuesta. Pero necesitamos material de reconstrucción social y económica, para que los útiles de trabajo cobren sentido.

Lo positivo no tiene éxito porque el alarmismo es de agoreros, malvados y resentidos, abonados al cuanto peor para España, mejor para mí y mi partido, en suyo beneficio…Ésta semana ha sido magnánima en alegrías. Pero nadie lo diría. Desde la sanidad se va controlando la pandemia. Por lo que respecta a la economía, Europa ha decidido ser de todos y para todos. España podría recibir 140.000 millones de euros del fondo de recuperación contra la crisis. Y lo más importante, el Gobierno ha aprobado el Ingreso Mínimo Vital, para hacer frente a la pobreza. Una medida histórica y necesaria, que va ligada a la búsqueda activa de empleo. El objetivo será acompasar este ingreso paliativo con la reactivación que debemos acometer. Buenas noticias en tiempos de penuria. Lo único positivo de esta pandemia es que ha coincidido con un gobierno progresista ¿Se imaginan que nuestra salud y nuestra economía estuvieran hoy en manos de quienes privatizaron la sanidad pública y dilapidaron el dinero de todos para rescatar a sus amigos de la banca o derrocharlo con su corrupción?

Tan buenas noticias han exigido un esfuerzo de las derechas para emporcar la escena pública, con un plus ultra de alarmismo. La ofensiva, nunca mejor dicho, ha llegado por tierra política, mar judicial y aire mediático. La portavoz del PP, la marquesa Álvarez de Toledo, ha ganado la carrera del insulto, por una cabeza, a sus competidores de Vox. Y no, el nombre de Cayetana no proviene ni de cayena, ni de hiena. Viene de Italia. Lo curioso es que tanto su padre como el de Pablo Iglesias, combatieron contra el fascismo. Por otro lado, las potencias del eje popular han abierto otro frente contra nuestro compatriota aragonés Fernando Simón. Quieren “amputarle” un delito en la cabeza de Pedro Sánchez. Pero nuestra “Agustina de Simón” resiste a las embestidas fachas con inteligencia, mesura y sentido común. ¡Chufla, chufla, que como no dimitas tú! parece decir el epidemiólogo maño. En la carrera de Casado con los “autovox locos”, utilizan a la Guardia Civil para entrar al Congreso, disparando informes al techo del hemiciclo. La redacción de la benemérita sobre las responsabilidades en la propagación del virus, remitida al juzgado, es propia de la señorita Pepis. A Marlaska le persigue su antecesor en el cargo, con el incensario del Opus Dei en ristre, para recordarle el hedor a cloaca que persiste en las cañerías del ministerio. Fernández Díaz se fue con su ángel de la guarda, pero ha dejado de okupas a toda una legión satánica.

En Aragón también tenemos a nuestros Cayetanos. Unos, desde el ayuntamiento, hacen negocio con los suelos para la sanidad privada. Y otros llevan cacerolas y mascarillas con la bandera española. Creen que eso nos molesta a los progresistas. Preferimos ver nuestra bandera en su rostro, antes que su odio en la boca. Calladitos, hasta haríamos unas migas. Si es que, como dice Carolina Durante en su canción, todos mis amigos se llaman Cayetano.

Psicólogo y escritor