A raíz de la curiosa, por llamarla de algún modo, renuncia del supuesto título de máster de Cristina Cifuentes, las redes se han llenado de chistosas renuncias de fantasía. Los tuiteros renuncian a tronos de países reales o inventados, a títulos nobiliarios, a propiedades, a galardones de todo tipo, desde el Nobel a medallas klingonas pasando por Miss Universo… Yo también participé en la broma y renuncié solemnemente a mi título de emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico. Nada más fácil. De verdad, no dolió nada.

Ante otra situación política esperpéntica, el humor nos está sirviendo de nuevo de válvula de escape para poder enfrentarnos a la desfachatez y la majadería que nos rodean. Hay que decir que la idea de las falsas renuncias era muy divertida. Pero una vez más, después de reírme, he notado un regusto amargo en la boca. Porque no soy emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, pero sí que soy doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Para ello tuve que cursar cursos de doctorado, escribir una trabajo de investigación y después una tesis doctoral. Y todo esto, trabajando a jornada completa. Así que mientras mi reinado como emperatriz me costó el medio minuto que tardé en escribir el chistecito, recordé que invertí años de trabajo y esfuerzo para obtener mi doctorado y me puse a pensar en todo a lo que tuve que renunciar para ello. Esta es la lista de mis renuncias.

Renuncié a muchos días de sol, los vi desde la ventana de mi estudio o de la biblioteca. Renuncié a salir a pisar la primera nieve del invierno. Renuncié a paseos por los jardines en primavera, al lado del río en verano, por los parques en otoño y en invierno. Renuncié tantas veces a salir con mis amigos a tomar una cerveza. Renuncié a invitaciones y a fiestas. Renuncié a sentarme en los cafés a leer una novela sin otro objeto que no fuera leer esa novela.

Renuncié también a la lectura por el puro placer de leer, porque la lectura se convierte en una forma de trabajo. Renuncié tantas veces a ir al cine, a la ópera, a conciertos, a muchas exposiciones. Renuncié a salir fuera los fines de semana, porque había que aprovechar el tiempo. Renuncié a las vacaciones de verano porque eran las únicas temporadas en que podía dedicarme a la tesis sin interrupciones.

Renuncié durante todo el doctorado a la sensación de tiempo libre, porque, cuando escribes una tesis, eso no existe, ya que sientes que tienes que dedicarle todo minuto libre y, si no lo haces, la mala conciencia no te permite disfrutar de lo que sea que estés haciendo en su lugar. Renuncié a perder el tiempo tontamente ante la tele. Renuncié al aburrimiento, al placer de no hacer nada. Renuncié a horas de sueño y a dormir bien.

A todo esto renuncié para doctorarme. Por eso, nunca podría renunciar a un título que costó tanto esfuerzo. Por respeto a mí misma y a todas las renuncias de verdad que me supuso. Sí, por respeto.

*Escritora