En la reciente visita del presidente de los Estados Unidos al Papa, este pidió a Donald Trump que sea «un instrumento de paz». Y si sus actos futuros así lo demuestran, serán sin duda la mayor prueba de patriotismo que el mandatario estadounidense pueda dar no solo a Norteamérica, sino al mundo entero. En realidad, el Papa le ha planteado a Trump un gran desafío: que sea capaz de demostrar la coherencia de sus promesas, pues él mismo, durante la ceremonia de investidura como presidente número 45 de los Estados Unidos afirmó: «Cuando abres tu corazón al patriotismo, no hay lugar para los prejuicios». De manera que ser patriota, en sus propias palabras, es sentirse orgulloso de lo propio a la vez que mostrarse abierto hacia el exterior, y no encerrado tras las propias fronteras.

Si algo nos enseña la Historia es que no podemos juzgar el pasado de acuerdo a nuestra actual escala de valores. La sociedad también es afecta a las leyes de la evolución, y de acuerdo a ellas, cada realidad está caracterizada por sus propios modos de relación social, así como por la reinterpretación de las estructuras, e incluso del lenguaje y sus significados, heredados del pasado. Así, durante la Revolución francesa, el término «patriota» sirvió para definir a los partidarios de la Revolución. Hoy en día, el patriotismo verdadero solo lo es si va cargado de sentimiento de universalidad, pues exige, a quien lo propugna, una sólida conciencia cívica y una trabajada educación social.

La mayoría de quienes hoy en día denigran el concepto de patriotismo lo hacen, sin duda, desde el desconocimiento. Pues entraña, ante todo, un sentimiento de unidad, hasta tal punto que personas muy diferentes en cuanto a ideología, religión, origen, o condición social, pueden participar del mismo sentimiento patriótico, ya que está asociado con el ethos no nacionalista, es decir con el de las sociedades modernas, que trasciende fronteras.

Se cuenta la anécdota de que en una visita al Museo Nacional del Patriotismo, en Atlanta, su fundador -Nick Snider- mostró orgulloso, a uno de sus ilustres visitantes, una medalla que había pertenecido a la ciudadana afroamericana Rosa Parks (1913-2005), pionera defensora de los derechos civiles de los negros en los Estados Unidos, que se hizo célebre al haber sido encarcelada tras negarse a ceder su asiento en el autobús a un hombre blanco. Aquella actitud, dijo Snider, fue un gran acto de patriotismo por parte de Rosa Parks, pues contribuyó a la eliminación de las leyes de segregación racial en los Estados Unidos, y por consiguiente a construir una América mejor.

La globalización, que parece solo se pensó para la economía, está exigiendo machaconamente a través de los diarios dramas humanos, la internacionalización (que no la fragmentación) de los Estados y su implicación en la justicia universal, las misiones internacionales para el mantenimiento de la paz, y su compromiso para erradicar las hambrunas y las enfermedades que a día de hoy padecen cientos de millones de personas en distintas partes del mundo.

Quizás haya llegado el momento de que la Humanidad comience a trabajar en serio por lograr la paz kantiana universal, lo que requiere -en palabras del filósofo alemán- actuar responsablemente, desde la libertad. Estado ideal que a su vez emana de las leyes, libre y democráticamente por los ciudadanos otorgadas, y también por ellos aceptadas, de acuerdo a los principios de igualdad y justicia.

Hace tan solo unos meses, el gobierno de Suecia anunciaba que, a partir del próximo verano, iba a restablecer el servicio militar obligatorio, que había abolido en 2010. Y no solo Suecia. También el presidente de Francia, Emmanuel Macron, anunció durante su campaña electoral que uno de sus proyectos giraba en torno a la posibilidad de restablecer el servicio militar en el país. En España desapareció en 2001, bajo el gobierno de Aznar. Había perdurado por espacio de 200 años, y durante su vigencia, «la quinta» que era la designación por sorteo de un mozo entre cada cinco aptos, fue la manera en que se nutrieron de soldados nuestras Fuerzas Armadas.

Actualmente, el ejército español está formado en su totalidad por oficialidad, tropa y marinería profesional, con el apoyo de un pequeño contingente de reserva voluntaria, ya que el servicio militar, en una sociedad democrática, es responsabilidad de la ciudadanía, por lo que consecuentemente, la Constitución española recoge en su artículo 30 que «los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España».

En función de lo anterior, y en la línea de lo que están haciendo ya, como hemos visto, otros países europeos, ¿por qué España no habría de plantearse la eliminación del actual límite de edad para entrar en el Ejército, y abrir la oportunidad de entrada a miles de españoles que podrían aportar sus conocimientos y experiencia a nuestras Fuerzas Armadas?

La existencia de una cultura de defensa es vital para cualquier país, por cuanto es preciso que la sociedad tome conciencia de que el trabajo que llevan a cabo sus Fuerzas Armadas salvaguarda su libertad y su seguridad. Y no solo eso, ya que las misiones internacionales que realizan, son decisivas para el restablecimiento y el mantenimiento de la paz en los países azotados por la guerra. Y por utópico que parezca, esas son también misiones que a todos nos conciernen.

*Historiador y periodista