M de mediocridad, M de mentira, M de malestar… Suena fuerte, pero eso es lo que inspiran los comportamientos de los líderes espirituales de este país. Uy, me colé, quería decir, políticos, a la hora de batirse en duelo mediático electoral. Insultos, provocaciones, interrupciones, desafíos, faltas de educación y cortesía… En fin, todo un elenco de virtudes el que demostraron aquellos que se postulan a regidores de nuestro destino. No sé cual de ellos daba más pena. Los zascas cruzados y la mala baba prevalecieron por encima de las propuestas tangibles y de las buenas formas, algo que para aquellos que todavía creemos en la política y en el poder de la democracia, lejos de generar cierto morbo televisivo, resultó frustrante. Y es que, para un ciudadano de a pie, que no pertenece a ninguna familia ideológica, la confrontación entre los debutantes no significó sino un reflejo fiel de lo que sucederá tras el paso por las urnas. No hace falta ser adivino, solo echar la vista atrás y ver lo que ha pasado estos meses: juego de tronos. Así las cosas, votar o no votar, esa es la cuestión. Ser o no ser, cumplir o no con los derechos y deberes que como ciudadanos de una sociedad democrática ostentamos. En esa disyuntiva, me vienen a la cabeza los británicos y el lío que tienen ahora entre manos porque unos cuantos (muchos) pasaron de votar en su día. ¿Tendrán razón algunos de nuestros postulantes con eso de que «la historia todavía no está escrita» y de que «la escribes tú»? ¿Será posible una M de maestría? Al menos, intentémoslo.

*Periodista y profesora universitaria